Tirar de la lengua

Por  Luis García Montero. Director del Instituto Cervantes.

Las palabras y los idiomas son un ámbito de identidad que define la dinámica de las sociedades y la vida de los seres humanos en su diversidad y su comunidad. Pensar lo que cabe en las palabras ayuda a comprender los debates ideológicos. Buena parte de la deriva antidemocrática generada por el neoliberalismo en el mundo se comprende si pensamos las tres palabras que definieron la modernidad política con la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.

La defensa de la conciencia y el comportamiento individual frente a cualquier dogma o tiranía que encerraba la palabra libertad se confunde hoy con otro significado: la ley del más fuerte y la prepotencia de los que especulan y ambicionan ganar dinero sin admitir ningún límite establecido por el Estado. La palabra igualdad, que buscaba ámbitos de respeto en favor de la convivencia, pasa a significar el deseo autoritario de homogeneizar las identidades. Homogeneizar supone no respetar la convivencia, romper la ilusión común. Las identidades minoritarias entran en guerra, contra el poder mayor y entre sí, haciendo imposible la fraternidad. Lo que ocurre en el interior del vocabulario y en las narraciones del mundo sirve para entender los procesos sociales. Convertir al Estado en un enemigo de la libertad ya no supone sólo legitimar las dictaduras. El neoliberalismo necesita confundir las democracias con la ley del más fuerte. De ahí que las consignas neoliberales se abracen ahora con los movimientos de extrema derecha.

Más allá de las palabras, las ideologías políticas provocan también debates sobre los idiomas. Y resulta interesante analizar sus paradojas. La confusión de la igualdad con la homogeneización permite, por ejemplo, sentirse patriota español negando la realidad de una parte de España que es bilingüe. Se enfrenta el español con el catalán, el gallego y el euskera, sin caer en la cuenta de la necedad patriotera. Se trata de tres lenguas españolas, lenguas que se hablan nada más que en España, mientras que los hablantes españoles del español no alcanzan a ser el 10% de un idioma internacional.

"La necedad patriotera niega la realidad bilingue de España"

Más paradojas. El nacionalismo patriótico español aplaude a Donald Trump y celebra su autoritarismo, aunque sus órdenes vayan en contra de España y el español. No es rara esta postura del patriotismo español en la Historia. Desde que traicionó la Constitución de 1812 para ponerse al servicio del absolutismo francés no ha hecho otra cosa. Durante 40 años pagamos su decisión de venderse en 1936 al nazismo alemán y el fascismo italiano. Ahora utiliza la bandera para aplaudir a Trump. Les fascina su autoritarismo, pero no le preocupan las facturas que pagarán los españoles y el español si el mundo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y las instituciones internacionales no encuentran el modo de oponerse a sus planes.

El nacionalismo patriótico español, interesado en debilitar Europa, parece añorar la autarquía del franquismo, su pobreza nacional y su insignificancia en la política internacional. Los aranceles con los que Trump halaga al patriotismo norteamericano pueden arruinar a los campesinos españoles, golpear la exportación en nuestra economía. Pero la España real nunca ha importado a los patriotas, atraídos desde siempre por las ficciones identitarias de su gloria. Este patriotismo ni siquiera atiende ya al Dios católico de sus antepasados. Ni Hitler, ni Mussolini fueron líderes religiosos. Sus matanzas no se hicieron en nombre de la religión católica. Las de Trump tampoco. Son muchos los millones que va a invertir en ayudar a Israel en sus planes sionistas.

El español contra el catalán en España o el inglés contra el español en EEUU. Quien se interese por España y el español deberá pensar la infamia que se esconde en la propuesta de convertir Gaza en una Riviera turística. El presidente que declara su desprecio por el español es inseparable de quien quiere apropiarse del Canal de Panamá, imponer el inglés en Puerto Rico y repetir en Cuba el proceso que acabó con la cultura española en Filipinas. Eso le importa poco al patriotismo nacionalista de Vox.

"Más de 60 millones de norteamericanos, que conforman por sí mismos la octava economía del mundo, hablan español"

Los debates sobre las lenguas también encarnan las paradojas escondidas en los pensamientos progresistas. El cineasta francés Jacques Audiard, director de la película Emilia Pérez, ha declarado que el español es un lenguaje de pobres. Se ha metido así en las aguas sucias desatadas por el presidente Trump, quien desprecia la lengua española y la borra de la página web de la Casa Blanca por ese mismo motivo. Yo no me ofendo por su caracterización del español. Sería de esperar, sin embargo, que los votantes del populismo nacionalista español se indignaran. Aunque hable español, escriba en español y trabaje para el español, lo que a mí me ofende es el carácter despectivo y paternalista con el que muchos pijos se refieren a los pobres, sin comprender el juego que le hacen a los reaccionarios que utilizan la lengua para castigar migrantes. Hay una izquierda pija que está alimentado el pensamiento reaccionario de la clase obrera al desentenderse de la justicia económica y separar la lucha de clases de algunas reivindicaciones cívicas inclusivas.

Yo, por el español, estoy bastante tranquilo. No es un idioma de pobres, aunque me enorgullezco cuando leo o escucho denuncias en español contra una realidad que genera 3.600 millones de pobres. Es el segundo idioma del mundo en hablantes nativos. Más de 60 millones de norteamericanos, que conforman por sí mismos la octava economía del mundo, hablan español. La extrema derecha y los generadores de bulos que trabajan en favor de nuestros millonarios nacionales insultan en perfecto español. La cultura latina se extiende, además, en las pantallas y las músicas del mundo. Si Audiard supiera de lo que habla, se habría enterado de que el Gobierno francés está invirtiendo muchos millones para que no se pierda el francés en los países de África subsahariana que han sufrido su colonialismo. Es la estrategia seguida para evitar el claro debilitamiento de su idioma como lengua internacional.

Lo que me molesta a mí, porque he aprendido a respetar la pobreza en los libros de Sartre, Camus y Althusser, es el daño que la izquierda pija francesa está haciendo a las banderas sociales de la democracia. La izquierda que olvida la lucha de clases prepara el camino a los enemigos al sacar algunas buenas causas de la ilusión común. Confundir deseos con derechos es propio del neoliberalismo, una mentalidad narcisista que pervierte las palabras libertad, igualdad y fraternidad.

Por  Luis García Montero. Director del Instituto Cervantes.