La Danza: la gran olvidada de las artes escénicas
Una reflexión desde dentro sobre la precariedad y el abandono del sector
Por Sara Nieto. Bailarina del Ballet Nacional de España
Llevo más de 20 años dedicándome profesionalmente a la danza y, con cada año que pasa veo cómo la situación del sector se deteriora aún más. Todos los profesionales que sustentamos esta disciplina seguimos luchando por condiciones laborales dignas, en compañías públicas, privadas o en el ámbito freelance.
Dentro de la estructura cultural del país, a diferencia de otras artes escénicas, la danza sigue siendo tratada como actividad menor. No solo tenemos sueldos bajos y falta de estabilidad, sino que el propio sistema formativo y legislativo parece diseñado para dificultar aún más nuestra profesionalización.
Desde la perspectiva de alguien que vive en primera persona las dificultades de esta profesión, quiero visibilizar la precariedad a la que estamos sometidos y la urgencia de un cambio real.
Una formación exigente, un reconocimiento insuficiente
Convertirse en bailarín profesional requiere al menos 10 años de formación. Da comienzo en la infancia y se dedica la adolescencia a la danza con la misma intensidad que cualquier deportista de élite. Sin embargo, tras todo este esfuerzo, las opciones educativas y su reconocimiento oficial no reflejan la realidad de nuestra profesión.
En España, al terminar los estudios de danza en un conservatorio profesional, lo máximo a lo que se puede aspirar es a un grado medio, titulación equivalente a un bachillerato. Es decir, después de una década de formación rigurosa, el bailarín recibe una certificación que no le otorga un estatus profesional real.
Por otro lado, el grado superior de danza está diseñado con un enfoque que no responde a las necesidades de un bailarín en activo, ya que se orienta hacia la docencia, la coreografía y la investigación, opciones que deberían darse después de la carrera escénica, no durante. En la mayoría de países con estructuras de danza más sólidas, este tipo de formación avanzada se considera un máster o una especialización posterior, no un requisito para ejercer como bailarín.
Este planteamiento supone un problema especialmente en las compañías públicas, ya que, al no existir una titulación de grado superior enfocada a la carrera escénica, no se nos puede encuadrar en una categoría profesional adecuada que refleje la exigencia y el nivel de nuestra labor. Nos deja en una posición de desventaja tanto económica como de reconocimiento institucional.
Las compañías públicas: convenios obsoletos y pérdida de derechos
Si bien trabajar en una compañía pública debería ser sinónimo de estabilidad, la realidad es que los bailarines estatales también enfrentamos serias dificultades. Sigue vigente un convenio colectivo de 1995 en el que el sueldo aún aparece reflejado en pesetas. Lejos de actualizarlo para adaptarlo a la realidad del sector, una parte de nuestros derechos y condiciones laborales se ha perdido desde que fuimos incluidos en el convenio único de la Administración del Estado, un marco generalista que no contempla las particularidades de nuestra profesión.
Este encorsetamiento administrativo ha traído consigo una gran rigidez a la hora de gestionar giras, producciones internacionales o condiciones específicas del trabajo escénico. La última consecuencia ha sido la eliminación del pago de horas extras en gira, que ahora se compensan únicamente con tiempo libre. Esto no solo desvaloriza nuestro trabajo, sino que también obstaculiza la viabilidad de las producciones y nos priva de un derecho que llevábamos más de 40 años disfrutando. En lugar de avanzar hacia condiciones equiparables a las de otras compañías europeas, estamos perdiendo terreno y derechos adquiridos.
En España los sueldos de los bailarines en compañías públicas apenas superan el salario mínimo interprofesional, pero en compañías de renombre como Finish National Ballet, Stuttgart Ballet, Ópera de París o English National Ballet, los bailarines perciben sueldos muy por encima del SMI de sus respectivos países. El problema no es la capacidad económica del país sino la falta de voluntad política e institucional para valorar y retribuir dignamente la profesión del bailarín dentro del sector público. Además, atraer y retener talento en España sigue siendo un desafío.
"La inestabilidad laboral, la falta de reconocimiento y la necesidad de justificar continuamente nuestra profesión generan una presión constante que afecta a la salud mental de gran parte de los bailarines"
Freelance y compañías privadas: la inestabilidad como norma
El panorama se desestabiliza aún más si se está fuera de las compañías públicas. Los bailarines freelance se enfrentan a una realidad incierta, dependen de la itinerancia de galas, audiciones y contratos temporales que rara vez garantizan una continuidad profesional o económica. La incertidumbre es constante y la mayoría de estos profesionales deben complementar sus ingresos con otros, sin poder dedicarse plenamente a la escena.
Por su parte, las compañías privadas sobreviven con enormes dificultades, en gran parte por la falta de financiación y ayudas estatales. Esto repercute directamente en los bailarines, ya que en su mayoría estas compañías no pueden ofrecer sueldos dignos ni contratos prolongados, generando una constante rotación de artistas y limitando la proyección a largo plazo. En lugar de incentivar la estabilidad laboral y el crecimiento artístico, el sistema actual fomenta una precariedad estructural que impide a los bailarines desarrollar una carrera sólida.
El desgaste físico y emocional de la precariedad
A esta situación se suma el impacto físico y emocional. La danza es una profesión de alto rendimiento, comparable a la de un atleta profesional. Las lesiones son una constante y la mayoría de los bailarines deben costear sus propios tratamientos y fisioterapias sin apoyo institucional.
Tampoco se menciona lo suficiente el desgaste psicológico. La inestabilidad laboral, la falta de reconocimiento y la necesidad de justificar continuamente nuestra profesión generan una presión constante que afecta a la salud mental de gran parte de los bailarines.
La danza necesita ser escuchada
Después de todos estos años lo que resulta más doloroso es la sensación de que nuestra voz no es escuchada. Un claro ejemplo lo sufrimos con los paros convocados en el Teatro de la Zarzuela en el verano de 2016, momento en que decidimos alzar la voz. Lejos de obtener una respuesta que atendiera nuestras demandas, el efecto fue devastador: el Ministerio nos obligó a realizar nuevas audiciones para poder conservar nuestros propios puestos de trabajo. Bailarines con años de trayectoria, algunos con lesiones, o bailarinas embarazadas, se vieron obligados a someterse nuevamente a un proceso de selección simplemente por haber reivindicado sus derechos.
Aquel episodio puso en evidencia lo poco que se nos escucha y lo difícil que es luchar por unas condiciones laborales justas en nuestro sector. Mientras una parte del público nos apoyaba, otros nos exigían que nos callásemos y bailásemos, porque habían pagado su entrada. Este comentario, aunque hiriente, refleja una percepción extendida sobre la danza: se nos valora por el espectáculo, pero no se nos reconoce como trabajadores con derechos.
Sólo pedimos vivir de nuestra profesión con dignidad. Es hora de que la danza deje de ser la gran olvidada de las artes escénicas y tenga el reconocimiento y el apoyo que merece.
