Democratizar el espacio público, una asignatura pendiente para un cambio de modelo en Madrid

Por Jorge Nacarino Morales, Presidente de la FRAVM

Durante el I Congreso de Espacio Público que organizó el Ayuntamiento de Bogotá en 2017, el entonces alcalde Enrique Peñalosa manifestó que “una buena ciudad es donde todos sus habitantes se encuentran como iguales en el espacio público y nadie se siente inferior. Si en Bogotá construimos infraestructura recreativa, con parques, acceso a cultura y posibilidades de aprender artes, lograremos que los bogotanos sean felices”.

Esa misma idea de felicidad vinculada al diseño urbano recorre el ensayo del periodista canadiense Charles Montgomery Ciudad Feliz. Transformar la vida a través del diseño urbano, utilizando como ejemplo el proceso de transformación vivido por la ciudad de Bogotá durante el mandato de Peñalosa, a quien cita Montgomery cuando recuerda cómo, cuando llegó a la alcaldía, se encontró una ciudad “que se había orientado gradualmente en torno al vehículo privado, donde la mayoría de los recursos públicos se habían privatizado, los coches y los vehículos comerciales ocupaban las plazas y las aceras públicas, una época en la que los espacios comunes eran pasto del olvido y de la degradación, una ciudad en la que los niños llevaban mucho tiempo desaparecidos de sus calles”.

Ese retrato que Peñalosa hace de la ciudad de Bogotá, vinculada especialmente a la privatización del espacio público por parte del vehículo privado, nos suena familiar. Forma parte de la batalla por ganar espacio para el peatón en detrimento del coche, para recuperar una ciudad de escala humana, como reivindica el urbanista danés Jan Gehl, una pelea que, en este Madrid de Almeida, que gusta más de mirar a Abu Dabi o Miami que a París o Copenhague, todavía seguimos dando.

Un modelo turístico depredador

Pero hoy, la privatización del espacio público en nuestras ciudades tiene una amenaza, si cabe, mayor que la del vehículo privado, y no es otra que la de un modelo turístico depredador con cierto olor a queroseno, que, bajo el pretexto del beneficio económico, ocupa nuestras plazas, aceras y parques.

Este nuevo modelo no es exclusivo de nuestra ciudad. Basta pasear por cualquier ciudad de España para toparse con terrazas que abolen el sueño nocturno del vecindario y arrinconan el paso de personas mayores, carritos de bebé, personas con problemas de movilidad, invidentes y un largo etcétera. Veladores con estufas de gas que, hasta en el invierno más gélido, invaden nuestras plazas, o food trucks que crecen en nuestros parques cual setas al son de cualquier festival o el enésimo evento cool de smash burger con vasos a un euro de usar y tirar.

Nuestra ciudad es hoy el paradigma. “Madrid está de moda”, “Todo pasa en Madrid”, nos recuerdan hasta las farolas. El fenómeno de la “eventificación” —término que hemos acuñado desde el movimiento vecinal— está íntimamente ligado al proceso de privatización del espacio público. La privatización permanente de entornos como el Parque Tierno Galván, la Plaza de España o el entorno de IFEMA para la celebración del futuro Gran Premio de Fórmula 1 de Madrid son, sin duda, un claro ejemplo de la estrategia del Gobierno municipal, siempre bajo el sostén normativo a golpe de ley ómnibus lanzado desde la Puerta del Sol.

Pero cabe destacar que no solo el actual Gobierno municipal de Martínez Almeida, bajo la batuta de Isabel Díaz Ayuso, participa de esta estrategia de privatización del espacio público de la ciudad. Los vecinos y vecinas de Arganzuela no tienen que caminar mucho desde el Parque Enrique Tierno Galván para observar cómo el Gobierno central, a través de ADIF, en 2018, siendo su presidenta Isabel Pardo de Vera, firmó con el entonces delegado de Urbanismo del Gobierno de Manuela Carmena, José Manuel Calvo, el convenio que permitió privatizar la parcela que acoge el llamado Espacio Delicias y poner en manos de Ibercaja el suelo para la instalación de un eventódromo, en el lugar que debía ser un espacio dotacional clave para uno de los distritos más saturados y más “atractivos” para los intereses inmobiliarios de la ciudad.

"La privatización del espacio público está ligada al boom turístico y a los casi 20.000 pisos turísticos ilegales de la ciudad, un claro modelo de negocio especulativo"

Mucho dinero, en pocos bolsillos

Este fenómeno de la “eventificación” y de privatización del espacio público está íntimamente ligado a un modelo de desarrollo económico basado en el nuevo “boom turístico” que vive Madrid, que también se manifiesta en los casi 20.000 pisos turísticos ilegales de la ciudad. En definitiva, en un modelo de desarrollo económico especulativo que deja ingentes cantidades de dinero en pocos bolsillos, dejando un poso de empleo de baja calidad en uno de los sectores con peores salarios, pérdida de calidad de vida en la ciudad y precariedad en el acceso a un derecho fundamental como es el acceso a la vivienda.

Ante este modelo, claramente negativo para nuestra ciudad, no debería contraponerse una respuesta vinculada a la turismofobia o negacionista del desarrollo económico. No podemos dejar de recordar que el 8,6% del PIB de nuestra región está vinculado al sector turístico, pero sí cabe un necesario cambio de modelo, ya que esta burbuja turística, como la anterior burbuja del ladrillo, corre el riesgo de explotar, y que el olor a queroseno acabe por quemar este modelo de ciudad.

Es necesario apostar por un nuevo modelo de convivencia, por un turismo y eventos responsables, por una ciudad diversificada en su modelo de desarrollo económico, que apueste por su reindustrialización, por la innovación, por sectores que creen profesiones de alto valor añadido y no solo lo atraigan a cambio de una Golden Visa (que por suerte se extinguirá el próximo 3 de abril), y abandone el monocultivo de los servicios y el turismo del boom. Una ciudad equilibrada social y económicamente, policéntrica en su política cultural y turística, que preserve el espacio público y lo democratice, una ciudad en la que el acceso a la cultura no sea exclusivo de unos pocos y que nuestros parques, calles y plazas estén abiertos a todos y todas sin necesidad de pagar antes por un código QR o establecer un mínimo de consumición para sentarte a la sombra en una plaza cualquier tarde de verano.

Un Madrid en el que, tal y como reivindicaba Peñalosa para Bogotá, todos sus habitantes se encuentren como iguales en el espacio público y nadie se sienta inferior, una ciudad en la que logremos que las madrileñas y madrileños seamos felices.

Por Jorge Nacarino Morales, Presidente de la FRAVM