Trabajo y vivienda, dos elementos cada vez más alejados

Por Ramón Larrinzar. Secretario de Juventud de CCOO Madrid

Tras la vorágine de artículos y opiniones sobre el problema de la vivienda, este artículo pretende salirse de la foto fija y de la inmediatez del “ahora” y conocer cuál ha sido la tendencia que venimos arrastrando con la vivienda y sus posibles efectos en el futuro. Partimos de una premisa, se está empezando a resquebrajar la idea de que el eje vertebrador de la posibilidad de desarrollar un proyecto de vida es tener empleo.

Desde los inicios del capitalismo y la separación del mundo entre propietarios y desposeídos, la gran preocupación de los trabajadores ha sido esa, poder ser trabajadores, poder tener un empleo que les permitiera vivir. El trabajo y sus condiciones eran la piedra angular para poder comer, tener una casa, formar una familia y disfrutar del ocio. Esta obviedad sociológica es relevante para nuestra historia, ya que el sindicalismo surge como la autoorganización de los trabajadores para mejorar las condiciones en el empleo y evitar la explotación por parte de los patronos. A menor grado de explotación y mejores condiciones laborales, aumentaba la calidad de vida.

Si nos centramos en España, es necesario hacer mención a José Luis de Arrese, Ministro de Vivienda durante el franquismo y célebre autor de la frase “queremos un país de propietarios y no un país de proletarios”, porque a través de esas políticas del régimen se ha cristalizado el modelo de sociedad que tenemos y nuestra percepción del mismo. Efectivamente, se ha conseguido que España sea un país de propietarios, con cifras considerablemente por encima de la media de los países de la zona euro. Si en la Unión Europea el porcentaje de propietarios gira en torno al 69%, en España las cifras son superiores al 76%, muy por encima de países como Francia o Alemania. Esto, por supuesto, ha tenido consecuencias ideológicas traducidas en ese sentimiento de pertenencia a una “clase media” inexistente, de gran parte de los y las trabajadoras de este país, que ha ido de la mano de poder comprarse un coche, poder comprarse una casa y, en muchas ocasiones, una casa de vacaciones.

La burbuja de 2008

Volvamos a nuestra premisa inicial y pongamos el trabajo en el centro. La gran crisis de la vivienda en España estalla con la gran crisis financiera mundial del año 2008, que en nuestro país cristaliza el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Con un mercado inmobiliario absolutamente dopado para enriquecer más y más a constructoras y especuladores y una sociedad convertida en “clase media aspiracional”, con muchas facilidades para conseguir créditos, tentada y empujada a la compra de viviendas, se generó el caldo de cultivo perfecto para lo que ocurrió posteriormente. Cuando se perdieron los trabajos, se perdieron las casas. La destrucción de decenas de miles de empleos conllevó el impago de ese regalo envenenado que habían sido los créditos hipotecarios y comenzó el drama de los desahucios. Entre 2008 y 2019, según un estudio realizado por el Observatori DESC, se ejecutó la escalofriante cifra de 684.385 desahucios, expulsando de sus hogares a un total de 1,7 millones de personas.

Para poder ver en qué situación nos encontramos actualmente es importante hacer una aproximación del desarrollo que ha tenido el modo de producción en España. La desindustrialización de los años 80 y 90 trajo consigo el cambio en el hecho de que el rey del mambo fuera el empresario fabril, para pasar a serlo el de la construcción, siendo nuestro país durante los 2000 su cortijo particular.

¿Qué tiene que esto con el problema de la vivienda de aquí en adelante? Sencillamente, todo.

"La gran crisis de la vivienda estalló en 2008 y hasta 2019 se ejecutaron más de 680.000 desahucios"

El principal problema que en la actualidad presenta la vivienda es el aumento de precios, tanto compra como alquiler. Este último es especialmente sangrante para la juventud trabajadora. El desorbitado aumento de precios, que sigue escalando de forma meteórica y que mes a mes acumula records históricos no es algo casual y que nazca de forma espontánea. Parafraseando a Olmo Dalcó, “no es como los hongos que nacen así, una noche”, proviene de la tendencia de desmantelamiento de la vivienda como derecho, pasando a ser un elemento del que sacar cada vez mayor beneficio económico.

Ha surgido un nuevo modelo empresarial, el de la compra y acumulación de varias casas en las mismas manos, utilizadas para sacar un rendimiento económico a través de las rentas del alquiler o como pisos turísticos. Este modus operandi está generando que los precios de compra, y sobre todo de alquiler, se encuentren absolutamente disparados e inaccesibles y que el hecho de tener un trabajo decente no sea sinónimo de poder emanciparse.

El 62% del salario, para la vivienda

La mejora del empleo y de las condiciones laborales, gracias a la lucha sindical, cohabita con el momento histórico en el que la edad de emancipación es más alta y son menos jóvenes emancipados, fruto de la doble explotación a la que es sometida la juventud trabajadora. A la propia desigualdad que se da en el centro de trabajo dentro del sistema capitalista, de un tiempo a esta parte se suma la explotación que se da entre propietario e inquilino/a. En la Comunidad de Madrid gastamos el 62% del salario en el alquiler. Para los jóvenes resulta absolutamente impensable si siquiera poder comprar una vivienda, con los consiguientes problemas de salud mental que está produciendo este problema en la juventud, al verse arrebatada de poder desarrollar un proyecto de vida propio.

Ante esto, los jóvenes tenemos que estar vigilantes para que el conflicto de la vivienda no se convierta en una guerra intergeneracional entre aquella parte de la clase trabajadora que sí pudo comprar una vivienda y las generaciones más jóvenes, que no pueden acceder a ella. Porque en ese claroscuro es donde aparecen los monstruos y en ese volver a resonar los viejos tambores de “la clase media aspiracional” puede aparecer la ultraderecha y su férrea defensa de la sacrosanta propiedad privada, en la que parece que si no tienes una casa, no eres nadie.

Defender contar con un parque público de viviendas que sea masivo y pueda dar respuestas a las necesidades de nuestra clase, se hace más necesario que nunca. Defender políticas que intervengan el precio de compra y de los alquileres para reducirlos drásticamente, se antoja fundamental para crear una sociedad sin rentistas ni especuladores que amasen cada vez más fortuna a costa de nuestro trabajo. Y, desde luego, todo esto únicamente podrá hacerse a través de la defensa de un sindicalismo de clase y sociopolítico que organice a los y las trabajadoras y vele por nuestras condiciones laborales, pero que también lo haga por poder tener una vivienda digna sin que nos vaya el salario en ello.

Por Ramón Larrinzar. Secretario de Juventud de CCOO Madrid