Unas Comisiones Obreras para la historia
Por Julián Ariza Rico, sindicalista y político
La historia del movimiento obrero está jalonada de momentos de lucha e iniciativas reivindicativas y movilizadoras de diversa índole y variado calado que, en gran medida, podrían servir para explicar que desde sus orígenes en los albores del capitalismo hasta el presente, la situación laboral, social y política de los trabajadores, con todas las excepciones y carencias que se quiera, hayan dado un gigantesco salto adelante.
Ha habido muchos momentos de retroceso y, en cualquiera de las situaciones, lo avanzado se ha conseguido dejando en el camino infinidad de víctimas. Pero gracias a las luchas, al esfuerzo y la perseverancia de muchos y muchas miles de militantes el balance es una mayor dignidad del trabajo y la conquista de derechos y libertades inexistentes en el pasado. Ello se ha materializado en muchos países de nuestro planeta, si bien ha obligado a una permanente vigilancia y movilización frente a los depredadores del trabajo humano.

Si de lo general pasamos a lo más próximo, centrándonos en España y en el último siglo de nuestro movimiento obrero y sindical, hay un acontecimiento que sin ningún tipo de reservas podemos calificar de histórico. Me refiero a la aparición, desarrollo y consolidación del movimiento de las Comisiones Obreras, que hunde sus raíces en el resurgir de las movilizaciones obreras de la década de los años 50 del siglo pasado y cristaliza con la creación de la Comisión Obrera del Metal el 2 de septiembre de 1964. Fue la primera de las Comisiones con ánimo de permanencia y una notable vocación sociopolítica, representando un salto de calidad respecto de unas comisiones obreras -que escribo con minúsculas- puesto que eran meras formas puntuales de tramitar peticiones o demandas también puntuales.
Lo primero a destacar es que presentándose ante el mundo como el campeón del anticomunismo y su represión, el régimen de Franco tuvo que soportar que en una asamblea abierta, en una de las sedes del sindicato vertical franquista y en presencia de varios de sus cargos se formalizara la creación de esa Comisión, ante varios centenares de trabajadores, de los cuales trece formaron dicha Comisión y siendo la mayoría de ellos militantes del Partido Comunista de España.
Con ese acto se buscaba organizar a los trabajadores para hacer más eficaces y previsibles las luchas reivindicativas, a la par de ir socavando alguna de las estructuras del franquismo, empezando por los falsos sindicatos que llamamos verticales, cuya función en el franquismo no era defender a los asalariados sino controlarlos.
Aquello también fue posible por el acierto a la hora de desarrollar las iniciativas sindicales de clase, en un marco donde no existían libertades democráticas y el ejercicio de los derechos de asociación, reunión, expresión, manifestación o huelga estaban proscritos, perseguidos y sancionados penalmente. Los promotores de aquel movimiento habíamos acertado a la hora de utilizar los resquicios legales del sistema, sobre todo el de las elecciones sindicales, concebidas como representación de base del sindicato vertical, y convertidas en muchos casos por nosotros en representación de los trabajadores ante la empresa y frente al sindicato vertical.
Lo mismo cabría decir del aprovechamiento de la Ley de Convenios Colectivos, que pese a sus limitaciones servía para formalizar plataformas reivindicativas y aprovechar ocasiones para realizar movilizaciones y asambleas.
Otro gran acierto fue organizarse como sindicato, a sabiendas de que nos haría más vulnerables ante la represión. Lo hicimos como movimiento, sin afiliaciones ni estructuras poco flexibles, aunque buscando identificaciones a través de las propias reivindicaciones y sus objetivos. La táctica la formaban las demandas sociolaborales próximas y concretas y la estrategia era que también sirvieran para la erosión de los sindicatos verticales y el propio franquismo.
Aquella Comisión Obrera del Metal sirvió de referencia para la creación de otras Comisiones de empresa y sector, tanto en Madrid como en el resto de España. Se convirtió en un revulsivo para el impulso de la creación de asociaciones de vecinos, para debates e iniciativas progresistas en varios colegios profesionales y para animar el desarrollo y la intercomunicación con el movimiento estudiantil. También actuamos como interlocutores de las fuerzas políticas de la oposición. A ello hay que añadir los esfuerzos para ganar aliados y abrirse a otros colectivos críticos con el régimen y su sindicalismo. Se buscaba su incorporación al movimiento de las comisiones sin necesidad de perder por ello su identidad organizativa.
A aquella Comisión del Metal le siguieron otras de diversos sectores y territorios, terminando por articularse todas ellas a nivel de toda España tres años después. Resumiendo, se convirtieron en poco tiempo en el principal movimiento de oposición social a la dictadura.
A medida que la influencia de las Comisiones Obreras se extendía y fortalecía también crecían las movilizaciones, demandas y reivindicaciones sociolaborales. Pese a prohibiciones y represalias, el movimiento sindical se extendía y avanzaba, llegando a convertirse en la diana principal del aparato represor franquista.
Al régimen no le fue posible desmantelar con despidos, procesos, cárceles e incluso asesinatos el movimiento de las Comisiones Obreras. Lo intentó retrocediendo a formas de represión de las etapas más sangrientas posteriores a la guerra civil.
Con la llegada de la democracia nos convertimos en el primer sindicato del país.
Si ayer fuimos protagonistas de la lucha por las libertades democráticas y los derechos sociales y laborales de los trabajadores, hoy nos toca evitar que la ola del extremismo político de la derecha y de los grandes poderes económicos consiga que retrocedamos en derechos y libertades. Al contrario, habrá que pelear para que se amplíen y refuercen. Y, como en el pasado, dedicando los mayores esfuerzos en la organización de las personas trabajadoras y la promoción de sus luchas y reivindicaciones.
No es previsible la repetición de formas y contenidos de corte fascista como las que padecimos durante el franquismo. Pero de igual modo tenemos que asumir que buena parte de lo avanzado hasta hoy no es irreversible. El espacio entre fascismo y democracia es bastante amplio. Pero este espacio se puede ir acortando a costa de reducir los contenidos sociales, laborales y políticos de la democracia. A poco que reparemos en lo que pretende el movimiento ultra que recorre decenas de países veremos que empiezan con el cuestionamiento de lo público y acaban por aplicar una fiscalidad favorable a los ricos.
En resumen, tenemos delante el gran reto de contrarrestar la campaña de descrédito de las instituciones políticas, de los partidos políticos, del movimiento sindical y los movimientos sociales, sin los cuales no habría democracia ni Estado social y democrático de derecho.
Siempre al lado de los trabajadores y con los trabajadores. ■