La paradoja Milei, promesas inconsistentes y falsas
Por Mario Roberto Agustín Santucho. Periodista
El gobierno de Javier Milei acaba de cumplir nueve meses. “Un embarazo”, dicen los periodistas. Un dolor agudo como el de parto, pienso yo; pero sin creación de vida, más bien todo lo contrario.
Según el propio presidente argentino, se trata de la primera administración libertaria de la historia, en tanto procura aplicar o adopta como guía ideológica el credo de la escuela austríaca de economía. Una tradición de pensamiento ultraliberal surgida en Viena a finales del siglo XIX, que básicamente otorga al mercado y su sistema de cálculos e incentivos el estatus de una institución divina. Podría decirse también que estamos ante el experimento de gobernabilidad de extrema derecha más consecuente de los que hemos presenciado durante este siglo, el que más rápido y con más convicción ha llevado adelante un brutal “ajuste” (también se conoce como “austeridad” o “recortes”) y una cruel represión.
Sin embargo, el oficialismo conserva niveles de apoyo social similares a los que consiguió en noviembre de 2023 cuando se alzó con la mitad de los votos en el balotaje. No acrecentó su base de sustentación, como suele suceder en los albores de cada mandato; pero tampoco se desfonda su legitimidad, a pesar del deterioro material de las mayorías. Hay algo contradictorio: una gestión de carácter antipopular, que goza de la simpatía de buena parte del pueblo; un proyecto que agrede a la población, pero al mismo tiempo le genera cierta expectativa. Por ahora.
Fin de ciclo
Para explicar esta paradoja hay que apelar a distintas causas. Una, muy evidente, es la pésima imagen que dejaron los dos gobiernos anteriores, uno de ellos de derecha (Mauricio Macri entre 2015 y 2019), el otro progresista (Alberto Fernández entre 2019 y 2023). Ambos propusieron el cambio, pero ninguno fue a fondo en el sentido de la transformación. Eligieron el gradualismo, se sumieron en la intrascendencia y la gente los castigó. En un marco temporal más extenso, la victoria de Milei supone la clausura de un ciclo progresista que fue inaugurado por la insurrección social de 2001 y tuvo al kirchnerismo como principal intérprete institucional. La incapacidad de este peronismo del siglo veintiuno para desplegar cambios estructurales que ampliaran el horizonte de la democratización, la

pérdida de banderas relevantes como la lucha contra la corrupción, o el apego a una cultura política verticalista que penaliza la imaginación y la rebeldía, dejaron el campo libre para la emergencia de una impugnación radical contra el estado, la justicia social y los valores solidarios. La izquierda quedó asociada a la hipocresía.
Ahora bien, ¿qué importan estas elucubraciones políticas si las personas suelen votar (y opinar) con el bolsillo? Es decir, ¿cómo puede retener el prestigio si el empobrecimiento es violento y generalizado?
Aquí también hay argumentos para comprender, en ningún caso para justificar. El gran “logro” del gobierno consiste en haber bajado la inflación, principal motivo de angustia para la gente común. La administración anterior había llevado el Índice de Precios al Consumo (IPC) a casi 13% mensual durante su último mes, noviembre de 2023, con un incremento interanual del 160%. Una verdadera locura motivada por la debilidad de la moneda nacional, que no paraba de depreciarse. Ni bien asumió, Milei introdujo un salto devaluatorio gigante que llevó la inflación al 25,5% en un solo mes, mientras la interanual se fue al 290%. Pero tras de ese pico de máxima tensión, comenzó una sostenida desaceleración, hasta ubicarse en un rango del 4% durante los últimos tres meses. Sigue siendo inmensa, pero es vivida como una gran conquista.
Arrecian las críticas
Sin embargo, la gestión de ultraderecha lejos está de ser exitosa. Arrecian las críticas del propio campo liberal, ya que para conseguir esa meta fueron postergados hacia un futuro incierto sus más caros objetivos, como la flexibilización de las restricciones cambiarias (el denominado “cepo”) y la dolarización, por lo que la escasez de divisas y la presión inflacionaria siguen siendo crónicas. Y lo más importante: la verdadera causa de la desaceleración de los precios es la inédita recesión económica, con caída del Producto Interior Bruto del 5% en un año, derrumbe de la producción industrial del 20%, descenso de compras en supermercado que rondan el 8% interanual, lo que redunda en una pérdida considerable de puestos de trabajo y del poder adquisitivo de la clase trabajadora.
Hay un segundo “logro” que suele exhibir el oficialismo y es el superávit fiscal desde el primer mes de este mandato. Pero el fenomenal recorte presupuestario que necesitó para conseguirlo ha provocado miles de despidos estatales, paralización de la obra pública, puesta en jaque al sistema universitario y científico-tecnológico, incumplimiento de compromisos con las provincias y licuado del haber de las jubilaciones. Aún así, como la recaudación también se reduce, el ciclo depresivo no parece tener fin. No se ve la luz de un recomienzo al final del túnel.
Poco a poco las promesas de Milei comienzan a revelarse inconsistentes, cuando no falsas. Una de ellas fue parte esencial del contrato eleccionario: “esta vez el ajuste lo va a pagar la casta, no la gente”, repitió durante la campaña. Palabra incumplida. Luego anunció que tras el derrumbe de la economía, el rebote sería en V (uve). Pero a estas alturas los analistas discuten si la salida será más parecida a una pipa de Nike, o sea una lentísima recuperación luego del desplome, o si lo que nos espera es una L, es decir un liso y llano estancamiento.
A los tropezones en el plano económico hay que agregar la precariedad político-institucional de la fuerza gobernante, manifiesta en los más diversos frentes. En las dificultades que experimenta para poner en marcha la maquinaria estatal, pues hay segmentos enteros de la administración pública sin funcionar. En las fratricidas internas dentro de La Libertad Avanza, el partido oficialista, que enfrentan al presidente con la vice, a los ministros y asesores entre sí, y que ha fracturado incluso los bloques legislativos propios. En la acidez que corroe los ámbitos de concertación federales, debido a la desconfianza y el enojo de los gobernadores para con el Poder Ejecutivo Nacional. Y en las dificultades que experimenta el oficialismo para construir mayorías parlamentarias, por su incapacidad de sumar sectores opositores blandos a un esquema de consensos.
"La gran pregunta es hasta cuándo la multitud va a tolerar la decadencia de sus condiciones de existencia"
La gran pregunta es hasta cuándo la multitud va a tolerar la decadencia de sus condiciones de existencia. ¿Volverá a expresarse en el corto plazo la consuetudinaria rebeldía del pueblo argentino o se impondrá la moral del sacrificio que invita a atravesar un desierto áspero en busca de la tierra prometida?
Movilizaciones masivas
Las movilizaciones fueron gigantescas aunque poco articuladas durante el primer semestre del año. El primer actor en salir a escena fue el movimiento obrero organizado, tradicionalmente dialoguista y poco combativo. Las distintas centrales sindicales han desplegado varias jornadas masivas de protesta, pero su horizonte siempre es la negociación y esta vez la negativa al pacto parece ser la norma del poder ejecutivo. Los movimientos sociales, herramienta gremial de la muchedumbre precarizada, también salieron a la calle desde temprano; sin embargo, su potencia de movilización menguó considerablemente debido a las estrategias oficiales para romperles el espinazo. La sorpresa fue la marcha universitaria protagonizada por estudiantes y docentes, la más masiva que haya tenido lugar en el país en lo que va del siglo, solo superada por el recibimiento popular a la selección campeona del mundial de fútbol en 2022. Durante los últimos días del invierno las organizaciones de jubilados/as tomaron la posta y están brindando un conmovedor testimonio de dignidad, ante la gélida insensibilidad de los gobernantes.
Pero la extrema derecha en el poder está decidida a reprimir. Su estrategia es echar leña al fuego. Argentina se enfrenta a una encrucijada democrática inédita y las brújulas de la política han dejado de funcionar. Es hora de volver a inventar el destino. ■