"Retos del sindicalismo para un nuevo entorno de trabajo"
Por María Luz Rodríguez Fernández. Catedrática de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la UCLM.
A veces hablamos de digitalización o de inteligencia artificial pensando que estamos hablando de lo que pasará pasado mañana. Pero está pasando hoy. España es una potencia en materia de implantación de robots en el proceso productivo. Los robots están aquí en buena medida porque tenemos una industria automovilística que desde hace tiempo apuesta por la automatización y la robotización de los procesos productivos.
Si hablamos de inteligencia artificial los datos que ofrece el Instituto Nacional de Estadística son concluyentes: el porcentaje de empresas que hoy emplean de forma general la IA alcanza el 10%. La mayor parte de estas empresas son medianas y grandes y hay una menor implantación de esta tecnología en las pequeñas. A partir de ahora será conveniente replantearnos cómo vamos a medir el tipo de empresas que tenemos, porque muchas start-ups cuentan con muy pocos trabajadores pero su impacto económico es muy grande. El 37,16% de estas empresas utilizan la IA para gestionar sus flujos de trabajo, lo que indica que no solo tenemos empresas utilizando inteligencia artificial, sino que sabemos que la están utilizando para dirigir el trabajo.
Y aquí surge la primera reflexión que quiero proponer: ¿de quién es la responsabilidad de las decisiones que se abordan a través de la inteligencia artificial? Sin duda es un apoyo muy potente pero no deja de ser una herramienta, una misión completamente automatizada.
Empleo y formación
La empresa es quien adopta la decisión. Es la empresa quien despide, quien asciende y quien decide cuál es el trabajo que tienes. Sigue siendo la empresa aunque utilice una herramienta que antes podía ser una especie de consenso entre directivos y ahora es la inteligencia artificial.
Quien responde de la decisión es la empresa y no la IA. Por lo tanto ese lema o esos títulos tan comunes ahora como Tu jefe es un algoritmo pueden servir para vender libros pero no deben confundirnos sobre quién es el responsable último de que casi el 40% de las empresas de nuestro país ya utilizan la inteligencia artificial para gestionar los flujos de trabajo.
Desde mis inicios en el estudio de la tecnología siempre he defendido el no al determinismo tecnológico. No significa que no apostemos por la inversión en ciencia y tecnología, que no creamos que la tecnología y la aplicación de la tecnología en los procesos productivos no pueda producir efectos y oportunidades positivas. No significa que queramos parar lo que está sucediendo.
Pero hay un elemento que no podemos aceptar de forma acrítica y automática: no puede ser el avance científico y tecnológico quien nos lleve, sino que debemos ser nosotros y nosotras, la sociedad en su conjunto, los que decidamos cómo queremos que afecte la tecnología en nuestra vida y en nuestro trabajo. Y para ello se necesita primero un diagnóstico de las oportunidades y de los riesgos. También un debate público que se echa en falta, un debate democrático sobre qué partes aceptamos de la tecnología, que oportunidades incorporamos y cuáles no, qué riesgos queremos erradicar. Siempre digo esta frase: no todo lo científicamente posible es deseable socialmente. Y en este punto el Reglamento de Inteligencia Artificial ha marcado la primera pauta.
"Debemos decidir cómo queremos que afecte la tecnología en nuestra vida y en nuestro trabajo"
Tiempo y espacio de trabajo
Básicamente pueden reconocerse cuatro enfoques o modos de afrontar los desafíos que representa la revolución digital en el mundo del trabajo. El primero es de matriz tecnopesimista y consiste en encontrar las fórmulas para cuantificar las pérdidas de puestos de trabajo que pueden producirse a consecuencia de ello. El segundo, con un enfoque más optimista, pretenden reconocer cuáles serán los puestos de trabajo que se originen por el avance de la tecnología. El tercero pone el acento en las políticas e instituciones públicas que se desarrollen para evitar, canalizar, reparar o producir incluso los efectos de la digitalización. Por último, es preciso analizar los cambios que producirá la nueva economía digital, en términos económicos y en relación con el mercado de trabajo.
Es importante resaltar una idea: la tecnología es política ya que produce impactos en la sociedad que se pueden medir en términos políticos. Por lo tanto, hay que afrontarla no con una mirada tecnicista, sino con una mirada política. La llamada transición digital impacta en el empleo y la formación y, por lo tanto, tiene vinculaciones con las políticas públicas de educación, de formación de la población trabajadora. También es preciso hablar de un ámbito laboral que se ve muy afectado, ¿cómo vamos a regular los despidos que se puedan producir como consecuencia del avance de la tecnología?
Trabajo y derechos fundamentales
Dentro de los múltiples debates que hay sobre la mesa está el del teletrabajo. Hay que revisitar y reflexionar sobre el concepto de teletrabajo, que por un lado ofrece muchas oportunidades, sobre todo en relación a la soberanía de los tiempos y la organización, pero que también tiene riesgos que hay que saber conjurar. Otro de los asuntos cruciales tiene que ver con la corresponsabilidad de la asunción de las tareas familiares, ya que ni cuando trabajamos en casa ni cuando lo hacemos fuera hay un reparto equitativo de las responsabilidades familiares.
También es urgente reflexionar sobre el impacto de la tecnología en el derecho a la intimidad y la necesidad de fortalecer la protección de nuestros datos.
Protección social
Cada vez que se habla de digitalización se vincula con renta universal, ya que se presume que los cambios que se van a producir en el mundo del empleo van a afectar a la protección social. Si hay menos empleo habrá que empezar a pensar cómo se distribuyen los beneficios económicos de la actividad productiva. El debate sobre si los robots o las máquinas deben o no deben cotizar también está sobre la mesa, así como otra discusión teórica: si la provisión de datos puede ser un capital del trabajador o un trabajo del trabajador. Y finalmente, la configuración del marco de relaciones laborales. Porque se ha cambiado el concepto y ahora nos hacemos estas preguntas: ¿quién es un trabajador?, ¿quién es una empresa?, ¿cómo asume sus responsabilidades la empresa?
Estrategias sindicales
El debate fundamental que nos ocupa tiene que ver con el número de empleos que se van a perder como consecuencia del avance de la inteligencia artificial. Algunos estudios apuntan a que un 55% de los actuales puestos de trabajo de nuestro país pueden ser sustituidos por máquinas. Sin embargo, no hay un consenso económico sobre cómo será este proceso. Al margen de las cifras, lo que resulta evidente es que debemos recapacitar sobre las políticas activas de empleo para cualificar a grandes capas de la población. Necesitamos transformar nuestra fuerza de trabajo para que se adapte a este cambio que se está produciendo en el proceso productivo. Porque esta primera digitalización está impactando sobre los empleos de la clase media, el estrato social que ha sostenido hasta ahora el estado del bienestar.
En un escenario laboral donde prácticamente todos los empleos están complementados, en mayor o menor medida, con la tecnología se presentan varios factores preocupantes. El primero, que una parte significativa de la población no tiene competencias básicas materia digital. En segundo lugar debemos hablar de la escasez de especialistas en materia digital. Por último, no podemos pasar por alto la brecha de género en este campo: muy pocas mujeres están estudiando o trabajando en tecnología.
Son varios los retos que deben afrontar los sindicatos en este nuevo escenario laboral. En primer lugar se debe implementar una estrategia de formación en competencias digitales que implique a empresas, trabajadores y trabajadoras y poderes públicos. También es necesario reforzar políticas de rentas para garantizar la dignidad vital de la mayor parte de la población. Del mismo modo, es preciso establecer políticas de igualdad que hagan que las nuevas oportunidades digitales sean inclusivas.
Una mirada sindical necesita saber que si la tecnología no pone el foco en las brechas digitales y en las políticas de igualdad puede provocar desigualdad. ■