FOTO: FRAN LORENTE

Samantha Hudson

Artista, cantante, actriz, activista, trabajadora

SOY UNA CHICA MUY NORMAL, CASI CHICA, CASI NORMAL, QUE HACE LO QUE PUEDE CON LO QUE TIENE

La calma que reina en la plaza de las Comendadoras de Madrid contrasta con el torbellino que llega apresurada, de negro, porque después de esta entrevista tiene cita en su clase de teatro. Dice, divertida, que es cosa del pasado y el germen de lo que es en la actualidad, pero que aún le divierte cuando algún repartidor llega a su casa preguntando por Iván y ella le contesta que es la muñeca rubia que tiene delante.
Samantha Hudson, que a sus 16 años revolucionó su instituto, su isla, Mallorca, y medio país con su videoclip Maricón, que le costó la excomulgación, no ha parado de levantar polémicas, odios y adhesiones incondicionales. Su corta carrera la ha llevado a ganar un MTV Europe Music Awards a la mejor artista española en 2023, publicar varios trabajos, actuar en numerosos festivales de prestigio y ser una de las presentadoras de la próxima edición de los Premios Feroz 2026.

Artista, cantante, actriz, activista, trabajadora, ¿quién es Samantha Hudson?

Soy un poco de todo, qué quieres que te diga. Una chica muy normal; casi chica, casi normal, que hace lo que puede con lo que tiene, nada más y nada menos, que no es poca broma.

¿Y qué hace?

Componer las canciones. Juntarme con los productores en el estudio. Desarrollar el arte del álbum. Pensar la puesta en escena junto a todo el equipo, las coreográfas, las bailarinas, el técnico de luces, el de sonido. Desempeñar una labor artística que me satisfaga en un mundo voraz y caníbal.

Maricón, Eutanasia Deluxe, Por España y lo último, Música para muñecas.

Con Maricón, un proyecto para la asignatura de cultura audiovisual que me calificaron con un sobresaliente, me di a conocer y, en resumidas cuentas, me valió para que la iglesia católica me excomulgara.
Eutanasia Deluxe fue mi primer show con una cuidada puesta en escena, más elaborado, con escaleta. Una especie de muerte asistida o deseada.

Por España supuso un punto de inflexión y lo recuerdo como un momento muy especial. Un videoclip que repasaba todos los tópicos de la España profunda, esos símbolos desfasados de una nación que creo que ya no nos representan. Un trabajo que generó bastante controversia porque, entre otras cosas, le pego un tiro en la cabeza al caudillo.

Música para muñecas es un álbum muy personal y sobre todo una reflexión muy sentida sobre la experiencia de ser una persona disidente del género, persiguiendo sus sueños en una gran ciudad inclemente, que te hace muchas promesas y no cumple ninguna. Que cuando te quieres dar cuenta, te ha masticado y escupido seis veces.

Hablo del síndrome de la impostora, de tener muchas expectativas, y un poco existencialista también. Mi anterior trabajo, Por España, era un homenaje a la chanza. Este es un homenaje a la resaca y por lo tanto a todas las cuestiones acerca del universo y la materia.

¿Qué te supone estar excomulgada?

Un alivio, porque apostatar es un rollo. La verdad. Que te quiten de encima ese papeleo, para mí que soy negada con la burocracia, imagínate. Te quedas totalmente libre. Además, así puedo volver a bautizarme, es una cosa que me hace ilusión.

Tu trayectoria te ha convertido en un icono LGTBI. Eres activista en contra del odio hacia el colectivo, entre otras causas.

En los tiempos que corren, creo que es fundamental hacer piña y remar a favor. En la actualidad la gente, así en general, tiene bastante miedo a las represalias y a las consecuencias, a perder trabajos, cada vez más.

El mundo está imposible. Hubo una época en la que lo LGTB era como capital social. Entonces todas las empresas querían hacerse las molonas y colaboraban y llamaban a una travesti para anunciar no sé qué, y parecía que eso iba a ser la tónica general. Pero pasado todo el furor, de repente lo trans es el demonio, y más con el auge reaccionario de partidos de extrema derecha. Todo el mundo se ha bajado del carro y se ha pasado de ser algo cool, guay, que todo el mundo quiere tener como escaparate o estandarte, a ser una especie de tema tabú o que mejor no tocar.

¿Cómo te afecta ese activismo?

Creo que me he posicionado desde que tengo uso de razón, a veces de manera más contundente, otras siendo un poco más comedida. Eso me ha llevado a convertirme en la diana de un montón de colectivos ultracatólicos, conservadores, reaccionarios, y de algunos que presumen ser de izquierdas, pero que luego te das cuenta de que son la misma bazofia de siempre. VOX ha intentado tirar abajo mis conciertos a lo largo de todos estos años.

El otro día vino a amenazarme de muerte un nazi a las diez de la noche. Por ser una persona visiblemente queer y progresista. Parece una bobada, pero la gente tiene miedo, y con razón. Es que se viene algo muy tétrico, a menos que lo paremos, claro.

Hay que organizarse, colectivizar de alguna manera, pero a mí me cuesta mucho transformar la tristeza que me produce un mundo cada vez más aterrador. Tenemos que transformar el miedo, el temor, en ira, y esa ira en algo hermoso y colectivo. Creo que eso es un buen punto de vista, pero sobre todo hay que organizarse. La ultraderecha se organiza muy bien y tiene millones de grupos de Facebook, WhatsApp y Telegram, sabe dónde enviar publicidades también. También tiene muchísimos inversores, porque eso va así.

La ultraderecha siempre va de la mano del capital, aunque haya muchas personas de barrio, de clase obrera, que piensen que Santiago Abascal les va a liberar de la pobreza.

«La Iglesia católica me excomulgó. Un alivio, porque apostatar es un rollo.»
FOTO: FRAN LORENTE

¿Cómo explicas esa situación?

Cuando viene un político demagogo y te dice que la culpa no es de los fondos buitre, ni de la especulación, ni de cómo funciona el mercado, ni del sistema capitalista, sino que señala a un enemigo muy claro y además minoritario y vulnerable como son los inmigrantes ilegales, las feminazis, el lobby gay. Lo mismo de siempre.

Es el discurso de los vagos y maleantes, la ley de peligrosidad social. Lo hemos visto a lo largo de los años, pero hay gente que lo compra porque tienen miedo y resulta más fácil pensar que el mal a combatir es esa persona que tienes por debajo, que realmente darte cuenta de que es un entramado complejo, que quizás te quede muy lejos. Lo que son incapaces de comprender es que ahora se está amenazando, ya sea a un colectivo, ya sea a las personas trabajadoras.

¿Crees que tu estética y forma de ser hace pensar a las personas que te ven como alguien superficial?

Como a lo mejor soy tan estridente o voy de equis manera, pues ya voy a ser una tonta de tomo y lomo, y podría serlo y merecería respeto. Creo que no tengo que demostrar que manejo conceptos complejos o que tengo una capacidad discursiva para que la gente me ponga en valor o me respete.

No voy a esforzarme en demostrar que no soy la tonta que piensan ¿Sabes? Esos prejuicios a mí no me pertenecen, pero siempre me ha pasado. Y a alguna amiga también, por ejemplo María Barrier, con la que tengo el podcast. Le sucede lo mismo. Siempre va de rosa, es rubia, tiene el pelo largo, femenina, un poco pizpireta y por eso la gente cree que es una pija. Nada más lejos de la realidad.

Las dos venimos de un hogar muy humilde. Mi padre es albañil, se dedica a reformar discotecas y mi madre ha limpiado hoteles siempre y eso es lo que tengo que saber. No soy una rica heredera ni tengo ninguna fortuna ¿Y si dejo de trabajar y no gano dinero de ningún lado?

Podría ser clase media. Pues si quieres creer que la clase media existe, vale, pero hasta donde yo sé, no tengo medios de producción. Eso me convierte en clase trabajadora. Creo que también algo que juega a favor de las derechas es la disforia de clase, gente que cree experimentar que su situación no se corresponde con su posición o estatus socioeconómico real, sino con uno diferente, el sentimiento de que te puedes permitir más caprichos que antes.

Los bienes de lujo antes, inalcanzables para muchos, eran tener un televisor de última generación, ciertos electrodomésticos, un determinado mueble. Ahora siento que es al revés. Las primeras necesidades son las que no están cubiertas y cada vez resultan más caras.

Hay gente que cree que no pertenece a la clase trabajadora o que está más cerca de ser los de arriba que los de abajo, la realidad es que la mayoría de nosotras estamos más cerca de una persona en situación de calle que de esos multimillonarios a los que ahora admiran.

La inmensa mayoría sabemos que si no trabajamos no vivimos.

Exacto. Nunca lo he olvidado y creo que siempre he tenido un discurso bastante social, al menos lo intento. Tampoco soy una ensayista, pero hago un llamamiento a esa unidad de la clase trabajadora para que no se olvide de sus orígenes y se organice, porque es primordial. No cabe en mi cabeza que alguien quiera defender a un empresario más que a un trabajador.

Sin personas trabajadoras no hay nada. Lo has defendido muchas veces. Y también la cultura de la mediocridad.

Sí, he generado mucha controversia. Más que animar a la gente a que sea mediocre, la animo a que no se sienta mal por no ser excelsa.

Creo que vivimos en una cultura muy meritocrática y parece que si no estás triunfando es porque eres un miserable sin talento. No creo que sea así. Hay muchos condicionantes materiales que juegan a tu favor y, evidentemente, si juegas con ciertas ventajas tienes más acceso a, digamos, ciertos circuitos, y me da pena que la gente se sienta mal por no estar triunfando, por la creencia de que si no estás consiguiendo lo que quieres es porque no te esfuerzas lo suficiente.

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Lorena Gamito

DIRECTORA DE ACCIÓN HUMANITARIA DEL COMITÉ ESPAÑOL DE LA UNRWA

Estela Díaz

MINISTRA DE MUJERES Y DIVERSIDAD DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, ARGENTINA

Entrevista a Daniel Bernabé, escritor

“La mejor vacuna contra la ultraderecha es la activación ciudadana democrática de la clase trabajadora” El escritor y periodista publica su primera novela, Todo empieza