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¿Cuál será la ”solución final” al “problema palestino”?

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Luis Miguel Lombardo Plaza

Director de Madrid Sindical

Nos recibe Óscar López (Madrid, 1973) en la sede del PSOE de la calle Miguel Fleta, inaugurada este mes de septiembre después de que el partido haya pasado por varios locales de poco y mucho renombre en Madrid: la calle Buen Suceso, la Plaza de Callao… Es un edificio de cinco plantas que huele a nuevo, en Canillejas, un barrio que el secretario general del PSOE de Madrid reivindica como suyo. Y es que, aunque su vida política ha tenido mucho que ver con Castilla y León, López se reconoce a sí mismo como ese madrileño hijo de padres que emigraron desde Riaza (Segovia) a la capital para labrarse un futuro. En la sede, situada en un polígono industrial lleno de naves, pero también de co-workings de diseño y coquetas cafeterías, nos acoge el secretario general del Partido Socialista de Madrid y futuro candidato a la presidencia de la Comunidad: el hombre que se va a enfrentar a Ayuso en las próximas elecciones. De lo primero que hablamos es de esas tres décadas en las que el PP se ha hecho con los gobiernos de la Comunidad de Madrid.

Los libros de historia cuentan que a pesar de sus fundamentos claramente xenófobos, racistas y antisemitas, en su origen la Alemania nazi no tenía en sus planes el exterminio del pueblo judío.

El avance de la Segunda Guerra Mundial y la expansión territorial del fascismo por toda Europa obligó a millones de europeos a la migración forzosa. Como es bien conocido, la persecución se cebó de forma muy especial con el pueblo judío que, en poco tiempo, quedó sin lugar donde refugiarse y atrapado en los territorios ocupados. Cercado por muros o alambradas, y obligado a vivir en condiciones infrahumanas de hambre, hacinamiento e insalubridad. Objeto de todo tipo de atrocidades.

Pronto los guetos se convirtieron en una traba para el avance de las tropas nazis. El pueblo judío, incluso enjaulado, era un gran obstáculo para el Tercer Reich. De ahí “La solución final al problema judío”, nombre en clave del programa planificado para su exterminio.
“Gaza arde”, así anunciaba el ministro de defensa israelí, Israel Katz, “un ataque sin precedentes” sobre la ciudad de Gaza.

Iniciada la incursión, el pasado 16 de septiembre, el portavoz del ejército israelí aseguraba: “Calculamos que tomar el control de la ciudad y sus centros de gravedad llevará varios meses; y varios meses más hasta que quede completamente destruida”.

¿Y después, qué? ¿Cuál será la solución final planteada al “problema palestino”?
“Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, nada más contemporáneo que la célebre cita de 1905 del filósofo y escritor español George Santayana.

Cuando se cumple el segundo aniversario de los ataques de Hamás, la ofensiva israelí en respuesta ha arrasado la franja de Gaza. Los gazatíes ya no tienen donde ir. Las cifras oficiales hablan de más de 67.000 muertos identificados y muchos más sin identificar bajo los escombros. Más del 75 por ciento mujeres, niños y niñas. Francesca Albanese, relatora de la ONU para Palestina, afirma que según estudios científicos y académicos deberíamos estar hablando de más de 680.000 de personas asesinadas en la franja de Gaza.

Durante estos dos años, hospitales, escuelas, centros de refugiados, personal sanitario, organismos internacionales, cooperantes e informadores, toda la población civil ha sido objetivo del ejército israelí.

Más de 250 periodistas han sido asesinados, el mayor número de víctimas jamás conocido en un conflicto. Contar las atrocidades que Israel está cometiendo les convierte en objetivo
prioritario del siguiente ataque. Los y las periodistas son amenazados, señalados y asesinados impunemente. Crímenes que abren los informativos internacionales a diario mientras los asesinos lo celebran. Ningún testigo puede quedar con vida para contar las atrocidades que están cometiendo. Nadie que muestre al mundo cómo se deja morir de hambre a miles de niños y niñas, o cómo se les quema vivos bajo sus tiendas de campaña.

En 1944, Rafael Lemkin, abogado polaco de origen judío superviviente del holocausto, acuñó el término genocidio para describir las atrocidades que los nazis habían cometido con el objetivo de destruir la nación polaca.

Poco después, en 1948, la Convención sobre el genocidio de Naciones Unidas adoptó el término y definió el delito de genocidio como cualquiera de los cinco actos «perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso».

El mismo día que Israel comenzaba su ofensiva terrestre sobre Gaza conocimos las conclusiones del informe elaborado por la comisión de investigación del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El informe sostiene que Israel ha cometido genocidio contra los palestinos de la franja de Gaza.

Asegura que las fuerzas israelíes han perpetrado cuatro de los cinco actos genocidas descritos por la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio: matar, causar lesiones graves a la integridad física o mental, someter deliberadamente a condiciones de vida que hayan de acarrear la destrucción total o parcial de los palestinos, e imponer medidas destinadas a impedir la natalidad. Añade que “es evidente que existe la intención de destruir a los palestinos de Gaza mediante actos que cumplen con los criterios establecidos en la convención sobre genocidio”.

Conclusiones que se conocían un año después de que la Corte Penal Internacional ordenara el arresto de Benjamin Netanyahu y su exministro de defensa, Yoav Gallant, por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, acusándoles de dirigir intencionadamente un ataque contra la población civil.

¿Qué más hace falta para poner fin a la masacre del pueblo palestino? En estos momentos, la respuesta parece clara: presión internacional.

Vivimos uno de los momentos más difíciles para que la legalidad internacional y los cauces democráticos se abran paso en un planeta gobernado por fascistas. Fascistas sin escrúpulos y con todas las herramientas a su alcance: instituciones, medios de comunicación y la complicidad de las grandes tecnológicas… para construir una realidad ficticia que genera pánico y justifica sus acciones, por muy atroces que sean. Su principal fortaleza, el silencio cómplice de un pueblo engañado y asustado.

Es inconcebible la falta de humanidad de quienes, por acción o por omisión, sustentan esta barbarie. Pueblos que han sido históricamente perseguidos y maltratados, y ahora callan frente al tirano. Infame la inacción, cuando no el aplauso, de quienes sustentan a los pagadores de las facturas de la muerte. Despreciable la indolencia desalmada de “nuestra derecha cañí”, lobistas como el títere de las armas de destrucción masiva y la autora del “se iban a morir igual”. Y cobarde la tibieza de quienes aún buscan refugio en el lenguaje para marcar distancia con lo que ocurre ante sus ojos.

En este momento, salvo contadas excepciones encabezadas por EEUU, las principales potencias mundiales han reconocido al Estado Palestino. Una muestra clara de que la iniciativa internacional puede poner fin a esta situación. El Gobierno de España debe seguir el camino emprendido y profundizar en las medidas adoptadas. Debe romper relaciones diplomáticas con Israel e impulsar la ruptura de relaciones comerciales con Europa.

Exigir la apertura inmediata de corredores humanitarios. Y promover el bloqueo internacional a Israel hasta alcanzar un plan de paz real y creíble para la zona, que esté acordado por todas las partes, auspiciado por Naciones Unidas y vigilado por observadores internacionales independientes, no por lacayos elegidos por y para gestionar los negocios de la familia Trump en la zona.

Al cierre de esta edición, los criminales de guerra amenazan: o el pelotazo urbanístico de la Riviera Mediterránea o “haré lo que tenga que hacer”.

La historia les juzgará, nos juzgará. Es hora de poner fin a esta barbarie. El final está por escribir y depende de la acción directa y comprometida de cada uno de nosotros y de nosotras. Debemos poner todos los medios a nuestro alcance para impedir que se prolongue un minuto más el exterminio del pueblo palestino. El destino de Palestina lo escribirá su pueblo en paz y libertad.

Son muchos e interesantes los temas que se hacen hueco en esta nueva edición de MADS. Cuestiones que marcan, y marcarán, el debate político y social durante los próximos meses. Pero, evidentemente, si hay un tema que urge al mundo es el fin del genocidio en Gaza. A ello hemos querido dedicar varios espacios, incluidos nuestro editorial y la portada. Esperamos que os guste.

La imagen que teníamos todos de la sanidad pública se está deteriorando a marchas agigantadas

FOTO: FRAN LORENTE

FOTO: FRAN LORENTE

El papel de los sindicatos

Con el clima antisindical que se vive en algunos países de Latinoamérica, como en la Argentina de Milei, aumenta el temor a que esta fiebre antiderechos se extienda por Europa…

Esta corriente ultra que recorre el mundo está siempre en contra del feminismo, del cambio climático y del sindicalismo. Da igual que sea Estados Unidos, Argentina, Brasil o España. Siempre hay un ataque sostenido contra los sindicatos. En nuestro país, los sindicatos están recogidos y amparados en la Constitución española. Son un elemento fundamental, la pieza esencial del diálogo social. A esa pregunta que lanzan los ultras de “¿para qué sirven los sindicatos?” yo les digo: ¿Quién consigue los derechos para los trabajadores? ¿Quién reivindica? ¿Quién exige? ¿Quién logra acuerdos? La mayoría de los avances que disfrutamos hoy en este país se deben a la lucha de los sindicatos. ¿Alguien piensa que el salario mínimo o la reforma laboral caen del cielo? Ni en los mejores sueños de Rajoy España iba a llegar a 22 millones de afiliados a la Seguridad Social, él soñaba con 20. Luego vienen aquí los ultras y los fachas de todo el mundo a España para oponerse a un gobierno que desmonta todos los mantras neoliberales y está demostrando que la justicia social no solo es compatible con el crecimiento económico, sino que genera más crecimiento. En esto los sindicatos no son ajenos, porque todos los logros que hemos conseguido como trabajadores han sido gracias al indiscutible papel de los sindicatos.