MADS: combatiendo los bulos y generando certezas
Por Paloma López Bermejo, secretaria general de CCOO Madrid
Libres para obedecer es el título de un excelente libro del historiador Johann Chapoutot en el que explora los orígenes de la dirección moderna de las empresas a través de las técnicas autoritarias del régimen nazi.
El autor formula una tesis provocadora que no nos resulta sorprendente: el management y el fascismo comparten la apelación a la individualidad para ponerla al servicio de la voluntad ajena, la exaltación de la libertad para someternos a un orden jerárquico y autoritario.
Y digo que no debe resultarnos sorprendente porque es esa contradicción, la que subyace en el famoso aforismo “Madrid es libertad” de nuestro Gobierno regional.
Son muchos los componentes característicos de la derecha madrileña, ultraliberal en lo económico y reaccionaria en lo social, como también lo son, entre otros, los gobiernos de Milei o Meloni.
Es evidente su obsesión por controlar la comunicación y la crítica contra su acción de Gobierno. Por un lado, a través de la opacidad en los datos y el debilitamiento de las instituciones de control, léase la Asamblea o la Cámara de Cuentas pero, sobre todo con su dominio de los medios de comunicación, especialmente a través del reparto de la publicidad institucional.
También es característico su lenguaje. En ello quiero centrar este artículo, en la danza de contrarios que caracteriza la comunicación política de la derecha madrileña.
Son muchas las palabras pierden poco a poco su sentido en el debate público a medida que el mismo se satura de ambigüedades y falsedades. ¿Qué significa, por ejemplo, la justicia, cuando se usa como instrumento para desvirtuar la decisión democrática, cuando trata de convertirse en un actor determinante de la política sin concurrir a los procesos electorales ni responder ante la ciudadanía?
¿Qué significa la defensa de la democracia, de boca de una derecha incapaz de condenar, siquiera, la dictadura franquista y acusa de guerracivilismo a quienes defienden la memoria, la reparación y la no repetición?
El arte de decir algo y su contrario no acaba aquí. Apelando a la libertad de información, se subvenciona a medios afines que viven de los bulos, la radiotelevisión pública autonómica incumple su propósito de pluralidad, su razón de ser, y el periodismo crítico es atacado desde las instituciones. Apelando a la libertad de empresa, se abre la contratación pública a la rapiña de familiares y amiguetes, que se embolsan –“presuntamente”– suculentas comisiones por dudosas actividades de consultoría y asesoramiento.
"Apelando a la libertad de expresión, el Jefe de gabinete de la Comunidad de Madrid se permite acusar a familiares de las 7.291 personas muertas en residencias de mentir sobre sus propias vivencias"
Apelando a la libertad de los inversores se banaliza la especulación con el suelo y la vivienda, inaccesible ya para muchos madrileños y madrileñas. Apelando a la libertad de elección se condena a la ciudadanía a pagar por el acceso a derechos fundamentales como la educación, la sanidad o los cuidados, mientras los servicios públicos regionales se encuentran abandonados por falta de financiación. Apelando a la libertad de expresión, el jefe de Gabinete de la Presidenta de la Comunidad de Madrid se permite acusar a familiares de los 7.291 muertos en residencias madrileñas de mentir sobre sus propias vivencias, sabiendo que aunque luego rectifiquen, es el barro de sus mentiras lo que se difundirá primero.
Construir una alternativa pasa por combatir los bulos y las falacias y construir un discurso transformador coherente con la realidad que viven todos los días madrileñas y madrileños. Pero en una sociedad individualizada, en la que la explosión de mensajes y discursos televisados o compartidos por redes sociales compiten frenéticamente por nuestra atención, esa batalla no es meramente discursiva. Tenemos que estar presentes en todos los medios que conforman la cada vez más fragmentada esfera comunicativa. Ahí reside la importancia para las CCOO de Madrid de esta revista, de todas nuestras publicaciones, de nuestra línea gráfica, de nuestra imagen creativa y nuestras redes sociales. De ahí la importancia de nuestro propio acervo sindical, de nuestros delegados y delegadas en los centros de trabajo, de nuestra afiliación en los barrios y localidades de Madrid, porque ellas y ellos, todos y todas actuamos, a diario, como portavoces del sindicato.
No quiero obviar que, en muchos casos, la credibilidad de una información u otra se construye a partir de quién la emite, más que de su propio contenido. Es por ello que mensajes incoherentes, incluso contradictorios, no generan rechazo en una parte creciente del electorado, y solo así se explica la carrera política de personajes como Trump. Es por ello que los presupuestos de la Comunidad pueden anunciar una y otra vez, desde hace años, la construcción de los mismos centros sanitarios, las mismas escuelas, las mismas infraestructuras, sin sonrojarse. Es por ello que la derecha ha podido cooptar términos y expresiones que les son ajenos, porque de algún modo, han emancipado la palabra de la acción política, generando lealtades a través de una conflictividad verbal permanente que ha eliminado, por el camino, el espacio para la pausa, para la reflexión y para la crítica sobre las que se fundamentaba, tradicionalmente, el debate político democrático.
Podemos lamentarnos de esta erosión cívica o podemos combatirla en su raíz. Y eso pasa, necesariamente, por dejar de tratar a la ciudadanía como un consumidor pasivo de información, al que tentar con nuestra propuesta en el menú infinito del marketing político. Porque en ese caso, necesariamente, vencerá quien manipule las emociones más primarias: el miedo, el odio, la rabia a los que apela la derecha.
Al contrario, debemos ser capaces de vincularlos sindicalmente a los que defendemos otra visión de la sociedad, a quienes generamos certezas, confianza y la cercanía necesarias para que nuestra propuesta no pase desapercibida por el huracán de la desinformación. Para que nuestra propuesta no se confunda con un mero mensaje, sino que sea la expresión de nuestra acción transformadora: la de articular, movilizar y organizar a las personas trabajadoras.
Porque sólo cuando lo que decimos se asocia a una acción, a un cambio, a una transformación de las condiciones de vida de las personas trabajadoras, la comunicación deja de ser ruido para convertirse en realidad.
Y por supuesto, para nosotros, comunicar es no temerle a la verdad. Un acto sencillo, cotidiano. Pero también valiente.
