Orgullo LGTBIQ+ y trabajo: las cosas en su sitio
“ (…) Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero (…) ”.
Pedro Lemebel, “Manifiesto”.
Por Bob Pop. Columnista y escritor
Lo normal sería que os hablara de la discriminación laboral contra el colectivo LGTBIQ+. Lo normal sería mencionar el último informe presentado hace unos meses por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales y más (FELGTBI+), un informe en el que llama la atención la confirmación de que siete de cada diez personas pertenecientes al colectivo LGTBI+ no hayan salido del armario en su lugar de trabajo.
Lo normal sería aborrecer el término “salir del armario” y explicarlo de otro modo: un 70 % de las personas pertenecientes al colectivo LGTBIQ+ no se atreve a mostrar su verdadero yo en su puesto de trabajo por miedo, por incomodidad, por pereza o por fatiga.
Lo normal sería explicaros que confluyen muchos elementos en un juego perverso donde participan los estereotipos, nuestros miedos, las expectativas, nuestra eterna sensación de estaros debiendo algo y esa constante obsesión por tener que pagar un precio que os haga perdonarnos ser quienes somos, que nos fuerza a demostrar que somos mejores que ellos, porque también somos mejores que su odio, sus chistes, sus miradas, sus cuchicheos y sus prejuicios
Leer para entender
Lo normal sería haber escrito acerca de vuestro odio, vuestros chistes, vuestras miradas, vuestros cuchicheos y vuestros prejuicios. Aunque estoy seguro de que vosotros no sois de esos, sois mejores; vosotros también sois mejores porque estáis leyendo esto para entenderlo mejor todo.
Lo normal, a estas alturas de mi vida, sería asumir que cuando alguien me encarga algo (un texto como este, por ejemplo) no espera de mí nada normal ni previsible. Si bien, a veces hace falta empezar por ahí, por reconocer que todavía nos cuesta ir a trabajar sin mutilar nuestra identidad, nuestra personalidad, nuestra verdad. Nos forzáis a trabajar desde un lugar donde la atmósfera es irrespirable Y, cuando nos atrevemos a hacéroslo notar, nos atacáis diciendo que estáis hartos de nuestras constantes reivindicaciones, que estamos devaluando la lucha obrera y que nada de lo nuestro es para tanto frente a lo importante, que sí lo es. Porque lo decís vosotros. Desde cierto heteropatriarcado blanco cuyos privilegios os resultan invisibles, cuya mención por nuestra parte os parece ofensiva y seguís sin entender. No importa. No estoy aquí para explicaros nada, para pediros nada, para solicitar una tregua ni para hacer que nos queráis.
Nuestro orgullo puede ser también nuestra y vuestra revolución, nuestras décadas de luchas pueden ayudaros a entender técnicas de ataque en muchas de las batallas que compartimos. Nuestro orgullo es haber llegado hasta aquí y haber contribuido a que las nuevas generaciones LGTBIQ+ lo tengan un poco más fácil, pese a que la violencia siga siendo estructural. Nuestro orgullo es haber abierto más espacios para el refugio y haber iluminado los huecos donde, como siempre, se agazapa la violencia.
"Un 70 por ciento de las personas pertenecientes al colectivo LGTBIQ+ no se atreve a mostrar su verdadero yo en su puesto de trabajo por miedo, por incomodidad, por pereza o por fatiga"

Clase obrera
Ser clase obrera LGTBIQ+ significa haber entendido que las cosas no tienen por qué hacerse como siempre se hicieron, supone entender que nada es inamovible, que las injusticias también pueden ser endebles y nuestra labor es derribarlas. Ocupar los márgenes LGTBIQ+ es también ocupar los márgenes de los medios de producción y entender que lo que no nos pertenece tampoco debería someternos; lo sabemos, hace décadas que emprendimos ese viaje, desde la hostilidad de los patios de colegio que parecen replicarse en centros de trabajo, para quienes formamos parte del colectivo.
Ocupar los márgenes LGTBIQ+ desde hace tanto tiempo también nos ha enseñado –también os puede enseñar a vosotros a vosotras, a través de nuestra experiencia- que los márgenes, las periferias, no son lugares que abandonar para lanzarnos a ocupar la centralidad, sino que deben ser espacios donde cada vez quepamos más, donde nos pueda quedar superficie de sobra para vivir sin apreturas, sin aspiraciones que no nos correspondan, sin alienaciones de clase, de sexualidad ni de género.
Lo normal sería entender que detestamos lo normal. Porque lo normal, lo que hemos normalizado, a lo que nos fuerzan a acostumbrarnos, es la precariedad laboral, la explotación, el racismo, la aporafobia, el machismo, la LGTBIfobia, los desahucios, los alquileres imposibles, las hipotecas asesinas, las falsas meritocracias. Y la lucha de los penúltimos contra los últimos, tal como alguien definió una vez el fascismo con una enorme y envidiable precisión que ojalá no hubiera hecho falta pero que cada vez necesitamos más. Una precisión lúcida que me hace pensar en Quentin Crisp, un icono “queer” a reivindicar siempre.
Quentin Crisp nació en Inglaterra en 1908 y cuando se aproximaba a los 60 años, lo que él pensaba que sería el final de su vida, escribió un hermoso texto autobiográfico titulado El funcionario desnudo, un desgarrador retrato autobiográfico donde relata su vida como homosexual proscrito en el Londres bombardeado de la segunda Guerra Mundial, en la miseria de la posguerra. Durante las noches de hambre y miseria en los calabozos, después de que la policía lo hubiera detenido una vez más al ser descubierto teniendo sexo con otros hombres en los urinarios públicos de la ciudad. La humillación cotidiana, la precariedad laboral, la soledad, el frío, el hambre y el ostracismo. De todo eso se acuerda Quentin Crisp en lo que él piensa y escribe como el final de su vida. Hasta que termina diciendo que, pese a todo el horror que ha recordado, no se arrepiente de nada, si acaso de una cosa: de no haber tenido el poder para poner las cosas en su sitio.
Poner las cosas en su sitio
Y eso es lo que tratamos de hacer desde el colectivo LGTBIQ+, llevamos años luchando para poner las cosas en su sitio, para evitar que todo se siga haciendo “como se ha hecho toda la vida; porque esclavitud ha habido toda la vida, explotación se ha practicado toda la vida, también el machismo o la violencia patriarcal. Y todas aquellas cosas que todas aquellas vidas consideraron normales.
¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, se titula la magnífica autobiografía de la escritora, lesbiana británica, Jeanette Winterson y ese título transcribe con acertada precisión la pregunta que le hizo la madre de la autora cuando ella le confesó su lesbianismo.
Necesitamos que lo normal por fin deje de serlo y nos permitan alcanzar la felicidad. Queremos que el espíritu LGTBIQ+ no sea un simple fantasma que asuste a nadie, sino la posibilidad de una fantasía que vaya más allá del arcoiris, que tenga que ver con todas las diversidades, las luchas de clase, la defensa de nuestras dignidades, el orgullo en contraposición a la vergüenza, que nos quisieron hacer sentir por ser quien somos. También clase trabajadora. ■