“Me encontré sola frente a un jefe depredador sexual, nadie iba a ayudarme”

Marta. Camarera. En agosto de 1985 me contrataron en un hotel para servir en el restaurante. Yo estudiaba la carrera en la Universidad Complutense y trabajaba en verano para pagarme la matrícula. El director del hotel era también el dueño. Tenía más de 70 años y cara de pocos amigos. Tras acabar de servir la cena el primer día me llamó a su despacho y me comentó que había desempeñado fenomenal mi tarea, pero que hiciera el favor de ponerme sujetador para no llamar la atención de los clientes. Me quedé cortadísima y lo único que pensé es que era un viejo ‘carca’. Ni qué decir tiene que al día siguiente me puse un juego completo de ropa interior.

De nuevo, al acabar la jornada, me llamó a su despacho. Se lo había pensado mejor y me prefería sin sujetador. Qué asqueroso. Salí pegando un portazo. Pregunté a los compañeros por qué se había marchado la camarera anterior. Me contaron que le había dado un ataque de nervios, que había estampado una pila de platos contra el suelo y que su padre tuvo que venir a por ella. Nunca volvió. Blanco y en botella.

Yo necesitaba el dinero y era cuestión de resistir solo un mes. Intentaría no quedarme jamás a solas con él. Un día me llamó al almacén donde se guardaban las toallas. Le pedí a la limpiadora que me acompañara y simulara que necesitaba reponer ropa de cama. Me dijo, asustada, que si entraba conmigo él montaría en cólera y la despediría, que ya había pasado otras veces. Ni ella ni yo podíamos asumir ese riesgo. Me encontré sola frente a un jefe depredador sexual, nadie iba a ayudarme. Decidí no hacer caso de sus llamadas.

“Cuando me había quitado la camiseta, entró de repente y me agarró por detrás”

El cuarto donde me cambiaba de ropa para ponerme el uniforme de trabajo estaba en el sótano, junto a la sala de máquinas. Tenía una ventana, ‘casualmente’ sin cristales. A esas alturas yo estaba ojo avizor y un día me pareció ver algo que se movía. Entré en la sala de máquinas y allí estaba el tipejo, con una fregona en la mano para disimular. Le acusé de espiarme y lo negó.

Por fin, llegó la última jornada del mes. Bajé a cambiarme y cuando me había quitado la camiseta entró de repente. Logré salir del cuarto, pero me agarró por detrás. Empezamos a forcejear y le pegué tal empujón que perdió el equilibro y cayó de espalda sobre las cajas de cerveza que allí se amontonaban. Me puse la camiseta, subí a toda prisa y me refugié tras el mostrador de recepción. Desde allí podía ver la escalera por donde se accedía al sótano. Pasaban los minutos y nada, que no subía. Pensé aterrorizada que lo había matado. Fueron quince minutos angustiosos hasta que por fin le vi aparecer. Tiene narices lo que me alegré de verle. Fue mi última experiencia laboral en hostelería. Acabé la carrera. Soy periodista. Aquel hotel es en la actualidad un local de alterne.