“Esta es Elsa, nuestra última adquisición, y está soltera”
Elsa, gerente de oficina. En 2010 me contrataron como office manager para la sede de Madrid de una importante empresa multimedia de un país escandinavo. Yo tenía 33 años. Éramos en plantilla diez personas, tres mujeres y siete hombres. Ellos, todos jefes y todos muy jóvenes. Mi cometido era ocuparme de los asuntos generales de la oficina y mi puesto estaba en la recepción. Allí me topé con un ambiente insoportablemente machista.
Me trataban como si fuera su criada y con un indisimulado desprecio. En una ocasión, uno de los jefes se puso a hablar por teléfono descaradamente sobre mí. Mientras me miraba con una sonrisa burlona, y sabiendo que yo le estaba escuchando, dijo a su interlocutor: “tapándole la cabeza con una almohada igual sí me la follaba”. Hasta ese punto era humillante el trato al que me sometían. Con el tiempo me trasladaron al departamento financiero. Allí, uno de los directivos, que además había participado en la creación de la empresa, se dedicaba a escribirme en el chat del gmail guarradas del tipo “¿y tú la sabes chupar?”.
Afortunadamente, estaba muy lejos, en la capital del país escandinavo donde se ubica la sede central de la compañía, y no me tenía a su alcance. Yo lo ignoraba y únicamente contestaba a los mensajes de contenido laboral. El tipo solo tenía 26 años, estaba casado y me contaba que su mujer le deprimía muchísimo. En uno de los viajes que hice a la sede central se empeñó en recogerme en el hotel, “para que no me perdiera”. Subió a la habitación y nada más abrirle la puerta se me echó encima y tuve que defenderme a empujones.
“Tapándole la cabeza con una almohada igual sí me la follaba”
No me planteé denunciar porque él tenía un enorme poder en la empresa, le consideraban un dios y nadie me hubiera apoyado. Me habría destrozado. Yo no era la única víctima de aquel equipo de abusadores. A las comerciales mujeres que venían a hablar con el director comercial las clasificaban en dos categorías, o calamar o cacharrito, y les hacían fotos del escote sin que ellas se percataran. Todo esto sucedía en una startup tecnológica, con hombres que aún no habían cumplido los 30 años y en la que continuamente nos remitían desde la sede central comunicados hablando de igualdad y de promoción de las mujeres. Todo mentira. Lo hacían únicamente de cara a la galería.
En 2017 trasladaron la empresa a Estados Unidos y me despidieron. Tenía 40 años y arrastraba una maleta muy pesada de violencias machistas de las más variadas formas e intensidades. Los últimos siete años habían sido terribles. No podía más. Me lie la manta a la cabeza y decidí buscarme la vida por mi cuenta, sin el riesgo de toparme con jefes abusadores. No tengo la menor duda de que a pesar de los avances legislativos, el acoso sexual y la discriminación de las mujeres en las empresas siguen siendo un problema muy extendido y de enormes proporciones. Todavía hace dos años, mientras realizaba un curso de creación de empresas en la Asociación de Jóvenes Empresarios de Madrid, fui a un evento y un directivo me presentó de la siguiente manera: “Esta es Elsa, nuestra última adquisición y está soltera”.