El sheriff era mujer

Mujer, joven, sin estudios, sin marido, sin blanca y en la España de hace sesenta años, Teresa Núñez logró que le pagaran un sueldo similar al de un ingeniero de la época. Para ello tuvo que cambiar de sexo -solo en el nombre- y convertirse en Paul Lattimer, ‘escritor’ superventas de novelas del Oeste durante las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Aquella veinteañera, hoy  octogenaria, cuenta para Madrid Sindical cómo logró sortear los prejuicios del patriarcado.

Dirección: Luis Lombardo. Texto: Alejandra Acosta. Fotos: Fran Lorente. Vídeos y edición: Javier Barrio y Carolina Villafruela 

Teresa Núñez (Madrid, 1941) nunca ha visitado el Gran Cañón del Colorado, pero lo conoce como la palma de su mano. Allá por los años sesenta, a través de la Embajada norteamericana en Madrid, se hizo con un detallado mapa de los Estados Unidos y abundante documentación sobre la cultura y costumbres de las tribus indias. No era solo curiosidad antropológica. Necesitaba documentarse para escribir novelas de quiosco de vaqueros y ‘pieles rojas’, un auténtico fenómeno editorial a mediados del siglo XX en España y Latinoamérica. El mapa de Estados Unidos que le dio la Embajada era tan grande que tuvo que trocearlo por estados y plastificarlo. Para entonces ya se había estrenado en novela rosa con el título de Catia Delannoy  y el sobrenombre de Viki Doran.

“Nadie iba a comprar relatos de pistoleros y puñetazos firmados por una mujer”

“Las editoriales pusieron como condición para publicarme wéstern que adoptara un seudónimo masculino argumentando que nadie iba a comprar relatos de pistoleros y peleas a puñetazos firmados por una mujer. Agárrate. Estuve a punto de negarme, pero necesitaba el dinero”, cuenta Teresa, cuya familia se encontraba en una precaria situación económica. Para sortear los prejuicios del patriarcado, la joven eligió llamarse Paul Lattimer, como el protagonista de Huida hacia el Sol, película de 1956 en la que Richard Widmark interpreta precisamente a un novelista llamado Lattimer.  Entre 1963 y mediados de los años 70 publicó más de 200 títulos con las editoriales Bruguera y Rollán. “Me pagaban 7.000 pesetas por cada novela y escribía una por semana. Eso suponía casi 30.000 pesetas mensuales, un dineral que equivalía en aquella época al sueldo de un ingeniero bien pagado. Me compré una casa y pude traerme a la familia de Extremadura”. 

Eligió el nombre de Lattimer, como Richard Widmark en Huida hacia el Sol

Su historia resulta aún más conmovedora porque Teresa solo tenía estudios primarios, aunque era una ávida lectora y mostró un talento innato para la escritura y una imaginación portentosa desde muy pequeña. Con 7 años escribió sus primeros versos, tenía 14 cuando la revista literaria Arquero, que se editaba en Barcelona, publicó uno de sus poemas, y no había cumplido los 18 cuando la revista Blanco y Negro publicó su primer relato. La fatalidad es que le tocó nacer en un tiempo aciago en el que lo habitual era arrancar a las niñas de la escuela en cuanto aprendían a leer: “Las mujeres éramos víctimas del machismo nada más asomarnos al mundo. Ni a mi hermana Rosa ni a mí nos dieron estudios, en cambio mi hermano sí pudo formarse como piloto”. 

Nuestra protagonista se sacó el título de bachiller con 25 años y a los 30 aprobó el acceso a la universidad. También aprobó unas oposiciones al Ayuntamiento de Madrid, donde trabajó como secretaria. No pudo cumplir el sueño de hacerse filóloga o periodista, pero sí consiguió escribir y publicar, no solo novelas de bolsillo. Ha cultivado todos los géneros, narrativa, cuento y teatro para niños, relato corto y poesía. Tiene publicados 15 libros de poesía que han sido reconocidos con numerosos galardones. Su poemario “Memorial de un lunes sin memoria” obtuvo el premio de la Feria del Libro de Madrid en 1994, dotado con un millón de pesetas (6.000 €) y al que se presentaron más de mil aspirantes. “Es el mejor premio que me han dado, no por el dinero, sino  por el jurado, que estaba presidido por José Hierro y del que formaban parte Félix Grande, Rafael Montesinos, Claudio Rodríguez, entre otros grandes. Que entre más de mil obras premiaran la mía fue un subidón”.

“Me dijeron que el silencio no podía ser rojo. ¡El tipo no sabía lo que era una sinestesia!”

Teresa tuvo que enfrentarse también a la timorata censura franquista. “El editor te pagaba a la aceptación de la censura. Teníamos que entregar original y dos copias en papel carbón y a máquina, que entonces no existían los ordenadores. Vigilaban sobre todo las escenas románticas. Una vez me tacharon la frase ‘la besó en la boca’ y tuve que dejarla en ‘la besó’, sin decir dónde, que era mucho peor”, ironiza la escritora. Había además correctores de estilo. Uno le llegó a decir que el silencio no podía ser rojo. “¿Cómo que no, si estoy describiendo un amanecer en un desfiladero de rocas rojizas?“, le replicó Teresa. “No hubo manera. ¡El tipo no sabía lo que era una sinestesia! Solo les interesaba que metieras muchas peleas a puñetazos, duelos, asalto a bancos y enfrentamientos con los indios, pero nada de lirismos”. 

No fue la única de la familia que se dedicó a este peculiar trabajo. Su hermana Rosa Núñez, que falleció en 2005, también lo hizo con el seudónimo de Ross M. Talbot. Rosa Núñez escribió novela del Oeste y también de FBI y hazañas bélicas, y se especializó en aviación gracias al asesoramiento de su hermano piloto.

Fue premio Feria del Libro de Madrid en 1994 con un jurado presidido por José Hierro

Coincidieron alguna vez con el famosísimo Marcial Lafuente Estefanía, pero apenas se relacionaban con sus colegas. “A nosotras nos mantenían al margen porque éramos mujeres, habíamos invadido un territorio de hombres, y eso les escocía. Todo lo que suponía apartarse del papel de ama de casa reproductora les resultaba sospechoso”. Teresa confiesa que hubo un tiempo en que le avergonzaba contar que había sido autora de este tipo de publicaciones. “Eran novelas muy malas, cómo vas a hacer buena literatura si tenías que entregar una por semana. Se escribían por dinero, pero a nosotras nos sirvió como campo de aterrizaje y aprendizaje”.

La novela de bolsillo era tan rentable que resultó ser el medio de vida de muchas personas perseguidas por la dictadura franquista al poder publicar con seudónimo. Fue el caso de la periodista y escritora feminista Carlota O’Neill, viuda del aviador Virgilio Leret, uno de los primeros oficiales ejecutados por Franco por mantenerse fiel a la República. O’Neill sufrió cuatro años de prisión y a su salida, para sobrevivir y mantener a sus hijas, escribió en la década de los 40 novela rosa bajo el seudónimo de Laura de Noves. Una calle de Madrid lleva el nombre de la escritora, que murió en Caracas en el año 2000.

“A las mujeres aún nos queda bastante camino para lograr la igualdad”

Todavía en los años 80, en el programa Estudio Abierto, de TVE, José María Íñigo le preguntó a Teresa cómo era posible que una mujer pudiera meterse en la piel de un sheriff o de un rudo vaquero. “No me levanté porque estábamos en directo. Esa era la mentalidad de entonces, y no hemos avanzado demasiado”, reflexiona. “Hace no tanto gané un premio con un relato inspirado en la historia de los mineros del azufre en Ijen, en Indonesia, y alguien del jurado me soltó con todo descaro que se habían llevado una enorme sorpresa al abrir las plicas y comprobar que una mujer había escrito sobre un tema como el de la minería. A las mujeres en España aún nos queda bastante camino para lograr la igualdad. Llevamos mucho retraso