Orgullo de limpiadoras

Un colosal ejército de mujeres se afana mañana, tarde y noche en desempolvar, fregar  e higienizar el mobiliario, las estancias y los suelos por los que transitamos a diario. Su labor es el más eficaz cortafuegos contra el covid. Estos días han sido noticia las limpiadoras de los hospitales públicos madrileños, que se han movilizado para exigir el pago de un complemento salarial que les corresponde desde 2018. Cuatro empleadas de los servicios de limpieza hospitalaria, delegadas de CCOO, cuentan a Madrid Sindical cómo es su trabajo en tiempos de pandemia y cómo se sienten.

Dirección: Luis Lombardo. Texto: Alejandra Acosta. Fotos: Fran Lorente

Chus Gil, Marina Lamparero, Emilia Labrador, Loli Hernández, limpiadoras de hospital en Madrid

En estos tiempos en los que un porcentaje preocupante y cada vez mayor de gente siente que el trabajo que desempeña ni le satisface ni lo encuentra útil, entrevistar a cuatro limpiadoras de hospital resulta de los más estimulante. Por descontado que no hay que caer en el error de idealizar un oficio muy duro, mal pagado, peor valorado, desempeñado mayoritariamente por mujeres y que machaca lumbares, hombros, manos, brazos… 

Lo que sí es que charlar con Marina, Chus, Emilia, y Loli, empleadas de los servicios de limpieza en distintos hospitales públicos madrileños, provoca una descarga de buen rollo de conciencia de clase. Porque estas delegadas de CCOO tienen muy claro lo que valen y que limpiar es una labor primordial, incluso vital. Su quehacer es justo todo lo contrario de lo que el incisivo antropólogo David Graeber denomina como “trabajo de mierda”, título de un ensayo en el que aborda una regla infalible del capitalismo, la de que cuanto más esencial para la vida y el bienestar de las personas es una ocupación peor pagada está, y más invisibilizada y feminizada también. En cambio, los que especulan y, por decirlo gráficamente,  ‘nos pisan lo fregao’, esto es, los que efectivamente hacen trabajos de mierda, cobran salarios millonarios.

Limpiar es justo lo contrario de lo que David Graeber denomina ‘trabajo de mierda’

La vieja expresión de “estar dispuesta incluso a fregar escaleras” refleja el injusto desprecio por un trabajo sin el cual nuestro devenir sería una pesadilla. Porque los hospitales, los colegios, los parques, los ministerios, los baños públicos, las estaciones, los centros de salud, las residencias de mayores, los quirófanos, las morgues, las oficinas, los comercios, los mercados, los restaurantes, los museos, el Parlamento, las calles o el Palacio Real no se limpian solos. Un colosal ejército de mujeres se afana mañana tarde y noche en desempolvar, fregar e higienizar el mobiliario, las estancias y los suelos por los que transitamos a diario. Son millones, pero no las vemos. Hagan la prueba. Agarren una fregona o un cepillo de barrer y verán lo fácil que resulta hacerse invisible. Desapareces como por arte de magia.

Agarren una fregona y verán lo fácil que resulta hacerse invisible

Tampoco cuando estalló la pandemia y la limpieza se convirtió en el más eficaz cortafuegos contra el contagio del covid se cayó en la cuenta de que estas trabajadoras también necesitaban equipos de protección (epis) y mascarillas, especialmente quienes tenían que limpiar entre los centenares de personas contagiadas que se amontonaban en los centros hospitalarios y las urgencias. No se las consideró personal de riesgo. Las mascarillas les fueron llegando con cuentagotas gracias la solidaridad del personal sanitario y fueron las últimas en ser vacunadas. La imagen televisiva de una trabajadora del Congreso, Valentina Cepeda, desinfectando el atril cada vez que el presidente del Gobierno o los portavoces parlamentarios intervenían en el Pleno monográfico sobre las medidas covid las sacó, por fin, del ‘backstage’.

La imagen televisiva de una limpiadora del Congreso las sacó del ‘backstage’

Estos días, las empleadas de los servicios de limpieza hospitalaria han sido noticia porque se han movilizado para reclamar un complemento salarial denominado “carrera profesional” que reconoce el progreso y la experiencia profesional y que se traduce en unos 135 euros mensuales. Han conseguido llegar a un acuerdo con la empresa adjudicataria Clece y esperan hacerlo también con Ferrovial y Garbialdi. 

Cuatro limpiadoras, delegadas de CCOO, cuentan a Madrid Sindical cómo es su trabajo en tiempos de pandemia y cómo se sienten.

Marina Lamparero: “Nos hemos cargado al virus con la lejía”

Hija de un trabajador de Flex y de una limpiadora, Marina tenía 21 años recién cumplidos cuando se incorporó a la plantilla de limpieza del Hospital Universitario de Móstoles. Sigue en el mismo hospital y casi en la misma planta, y para que nos hagamos una idea del tiempo transcurrido toma como referencia la edad de sus hijas, 25 y 27 años, bailarina una e ingeniera forestal la otra, a las que envía un mensaje aprovechando la entrevista: “A ver si se emancipan, que necesito espacio”.

Marina Lamparero

A Marina le gusta su oficio, se siente a gusto en el hospital y otorga a su cometido el justo valor: “Durante la pandemia, la enfermería ha hecho su parte con la medicación y las limpiadoras, la nuestra. Nos hemos cargado el virus con la lejía”, comenta con satisfacción.  Dice que en su planta es una más del equipo sanitario, “se me consulta y se me tiene en cuenta para todo”. 

De lo que se duele es de que la Consejería de Sanidad y las empresas adjudicatarias se resistan a cumplir con sus empleadas cuando ellas sí se han entregado al trabajo en cuerpo y alma durante la pandemia, siendo valientes y generosas, aplazando las reivindicaciones, implicándose al cien por cien, asumiendo tareas de higienización exhaustivas, complejas y sujetas a normas estrictas. “Si las limpiadoras hemos sido profesionales durante la pandemia es porque ya lo éramos, aclara. “Y a pesar del riesgo, no hemos echado un pie atrás ni para tomar impulso. Nunca se nos pasó por la cabeza no acudir al hospital, ni siquiera al principio, cuando todo era un caos y nadie sabía a qué nos enfrentábamos”

El coronavirus continúa haciendo de las suyas y con la amenaza de la nueva variante Ómicron estas mujeres doblemente esenciales siguen asumiendo un riesgo y una limpieza concienzuda y extraordinaria, pero ya no tienen refuerzo covid. “Cada vez tenemos más responsabilidad, cada vez el trabajo es más duro, el hospital se va ampliando, pero la plantilla no aumenta ni el sueldo tampoco, se lamenta Marina.

Chus Gil: “La empresa nos dijo que los aplausos no eran para nosotras”

La madrugada del 17 de marzo de 2020 centenares de pacientes contagiados de coronavirus colapsaron el Hospital Severo Ochoa de Leganés. Las imágenes del personal sanitario y de familiares de pacientes pidiendo desesperadamente ayuda y respiradores dieron la vuelta al mundo. Chus Gil, limpiadora en las urgencias de este centro, estaba allí y vivió en primera persona una situación terrorífica y delirante que le ha dejado hondas secuelas.

Chus Gil

No era novata. Llevaba 13 años en este centro hospitalario como empleada del servicio de limpieza de Ferrovial, pero la veteranía no te prepara para enfrentarte de buenas a primeras a circunstancias de guerra. Recuerda que había tal cantidad de gente contagiada  diseminada por los pasillos que le era imposible mover el carro de la limpieza. Los enfermos devolvían, tenían diarrea, se asfixiaban y estaban completamente solos. Ella les ayudaba como podía, les abría las botellas de agua porque no tenían fuerza ni para desenroscar un tapón “A veces, de repente, se ponían muy malos y morían asfixiados sentados en una silla de esas plegables de piscina. Yo aguantaba el tirón, pero cuando llegaba a casa se me caía el mundo encima y lloraba de impotencia y de miedo

Chus y su familia acabaron por contagiarse. Era el mes de octubre de 2020. No sabe si fue ella o su hija, trabajadora también del sector sanitario, quien llevó el coronavirus a casa. Su marido fue ingresado en estado muy grave, aunque logró superar la infección. La limpiadora arrastra secuelas físicas y psicológicas. Tiene un dolor articular y de cadera que antes no tenía y frecuentes crisis de ansiedad. “Yo siempre decía que la ansiedad se curaba pegando cuatro gritos, pero ahora sé que es una patología severa y muy incapacitante”. También la han operado de las dos manos. “Realizamos movimientos y esfuerzos que dañan las articulaciones y los músculos. Acabas tomando pastillas por la mañana y pastillas por la noche, y el ‘fisio’ corre por nuestra cuenta”.

La empresa no ha respondido a la humanidad y entrega de las limpiadoras. “Hemos trabajado un doscientos por cien sin una sola queja y no nos han dado ni las gracias. Al contrario, todo han sido trabas. Hasta nos prohibieron salir al aplauso de las ocho porque, según la empresa, no era para nosotras”.

Emilia Labrador: “En un quirófano tan importante es la cirugía como la limpieza”

Cuando llegó el primer enfermo de covid a la UCI del Hospital Universitario de Móstoles, Emilia Labrador y sus compañeras estaban convencidas de que pasaría algo similar a lo ocurrido con el ébola en 2014, que sería cosa de tres o cuatro casos. Apenas unas horas después las personas contagiadas ya ocupaban una planta entera. De repente todo se desbordó. “De un día para otro todas las plantas y todos los rincones del hospital estaban ocupados por pacientes muy graves a causa del coronavirus. Hasta en los quirófanos hubo que habilitar camas. Me iba a casa incrédula, preguntándome que más me iba a encontrar al día siguiente”.

Emilia Labrador

Emilia, que trabaja de noche, no olvida la sensación de irrealidad que le invadió durante el confinamiento. De casa al trabajo sólo se cruzaba con ambulancias, coches fúnebres y del Ejército, y en el mortuorio del hospital, donde también les toca limpiar, ya no cabían más cadáveres. “La dureza de lo que hemos vivido durante la pandemia ha sido enorme y no lo digo tanto por el trabajo que nos ha tocado hacer, sino por los dramas por los que ha pasado tanta gente mayor. Todavía me viene a la mente la carita que se le quedó a un anciano cuando tuvo que dejar a su mujer tan enferma sola en urgencias con aquel panorama tremendo, sin ver el rostro de quienes les atendían cubiertos con máscaras y gafas de buceo…”.

Lleva en el oficio más de 30 años y no entiende por qué el trabajo de limpiar se desprecia. Ella lo lleva a gala. “En un quirófano tan importante es que se haga bien la cirugía como la limpieza. Cuando me preguntan a qué me dedico nunca contesto que en un hospital porque deducen automáticamente que soy enfermera. Un ‘topicazo’. Para evitar confusiones respondo que soy empleada de una empresa de limpieza

Considera que si alguien entra en un ascensor, “te ve con el carro y no te saluda o facilita el paso tiene un evidente problema de educación e inteligencia”. A su empresa y a la dirección del centro les reprocha no ya el nulo reconocimiento, “también la falta de coordinación, que ha perjudicado nuestra labor”

Loli Hernández: “Tal era el temor que no nos atrevíamos ni a mirarnos a la cara”

Como el Hospital Santa Cristina no tiene urgencias por estar dedicado a cirugías programadas, el personal de este centro pensó en un primer momento que la pandemia no les afectaría. “Pero claro que nos afectó. Tuvimos que hacer hueco porque todos los hospitales estaban ‘petados’. El Santa Cristina se llenó al cien por cien. Lo que nunca”, apunta Loli Hernández, una de las 38 trabajadoras del servicio de limpieza que presta en esta clínica la empresa Garbialdi.

Loli Hernández

De las cuatro entrevistadas es la que menos contacto tiene con personas enfermas, ya que su puesto de limpiadora está en el laboratorio, pero sí vio a sus compañeras pasarlo muy mal. El panorama que describe es espeluznante: “Como aquí se producen muy pocos fallecimientos y el mortuorio es muy pequeño, hubo que limpiar las cámaras donde se guardan los contenedores de basura para meter cadáveres. A veces la gente contagiada fallecía por el camino e iba directamente al mortuorio. Nada más entrar por la puerta del hospital ya te daba un escalofrío. Las primeras semanas era tal el temor a contagiarnos que no nos atrevíamos ni a mirarnos a la cara. Tampoco hablábamos. Todo era silencio e incertidumbre.

Igual que sus compañeras, Loli es consciente del alcance del cometido laboral que tiene encomendado. Nuestro trabajo es invisible hasta que se deja de hacer, lo que no suele pasar nunca. Uno de los aspectos positivos de la pandemia es que el mundo se ha percatado de lo necesarias que somos y del esfuerzo que hacemos. Tenemos que levantar cubos con agua, ropa, basura… y los años no perdonan. Hay ocasiones en las que te agachas y te quedas pillada. Yo termino la semana reventada”.

Respecto al conflicto laboral, indica que ella prefiere llevarse bien con la empresa y negociar por las buenas para que todo el mundo salga ganando: Reivindicamos lo que nos corresponde y a veces es necesario presionar para que las empresas y la administración entren en razón”.