“Hostia, tío, ahí pasa algo”
Texto: Alejandra Acosta; fotos, vídeo y edición de vídeo: Fran Lorente y Javier Cantizani
El autor del libro “El corte en RTVE”, Jaime Martínez, convierte una investigación sobre el apagón televisivo de la histórica huelga general del 14D de 1988, convocada por CCOO y UGT, en una lección magistral de estrategia y lucha sindical en defensa de los derechos de la clase trabajadora.

Un ministro recorrió 40 km para dar con un bar abierto donde comerse un bocadillo (y no lo encontró)
Pasaban dos segundos de las doce de la noche del 14 de diciembre de 1988 cuando la imagen y el sonido de la pantalla del televisor que nadie miraba en el pub El Hondigaño, en Carabanchel, garito donde recalaban punkis y rockeros, hicieron mutis por el foro. “Hostia, tío, ahí pasa algo”, exclamó el camarero antes de gritar “Todo dios fuera, que estoy en huelga”. En ese mismo momento el corazón tecnológico del ‘Pirulí’ y el corazón humano de Jaime Martínez latían a ritmos completamente opuestos. El primero se había parado en seco. El segundo palpitaba a toda prisa para evitar el colapso cardiovascular de quien era el presidente del comité de empresa de RTVE. Durante 55 segundos lo único que vieron quienes miraban la televisión -más de quince millones de españolas y españoles- fue una pantalla negra como el carbón. RNE también había cortado su informativo.
Pero quién es Jaime Martínez se estarán preguntando y qué papel jugó el 14D. Pues ya verán. Nacido hace 77 años en un pueblo de Soria “que se escribe como la negación francesa”, Nepas, aterrizó en Televisión Española en 1969 como auxiliar de servicios técnicos. Pero mucho antes, de niño, había trabajado como campesino y jornalero en el campo y después, ya en Madrid, donde se trasladó para estudiar Electrónica, se empleó como camarero, limpiador de suelos, vendedor de enciclopedias, corrector tipográfico y cronista deportivo. En TVE estuvo 33 años. Fue jirafista en platós por oposición, documentalista por oposición y periodista en Informativos por oposición cuando obtuvo la licenciatura en Ciencias de la Información. Pero, sobre todo, la mayor parte de las tres décadas largas en el Ente Público las dedicó a su primera vocación, el sindicalismo, y lo hizo desde CCOO. Fue secretario y presidente del comité de empresa de RTVE durante más de veinte años.
Su talento y su capacidad de trabajo no pasaron desapercibidas y hasta en tres ocasiones tuvo la oportunidad de saltar de currante a subdirector y las tres veces dijo no. No a la promoción y a las 200.000 pesetas (1.200 euros) más de salario que suponía el ascenso. “Tenía todo el derecho de haber aceptado una subdirección”, comenta Jaime, “pero sabía que si daba ese paso decepcionaría a mucha gente. La ejemplaridad del movimiento sindical es fundamental”.
El detonante de aquel memorable parón general que obligó al entonces ministro del Interior, José Luis Corcuera, a irse a cuarenta kilómetros de Madrid para dar con un bar abierto donde comerse un bocadillo (y no lo encontró), fue el plan de empleo juvenil que el Gobierno socialista, presidido por Felipe González, pretendía aprobar y que abarataba el despido y abría las puertas a la precariedad laboral. Fue la gota que colmó el vaso del enorme descontento general de la clase trabajadora por la pérdida de poder adquisitivo de salarios y pensiones y por los recortes en las prestaciones sociales. El ambiente estaba tan caldeado que incluso los futbolistas organizaron un comité de huelga presidido por Butragueño y Míchel.
“El ‘corte’ de RTVE no fue la clave del 14D, sino la capacidad de movilización de CCOO y UGT
Madrid Sindical. Han pasado 32 años del aquel 14D. ¿Por qué este libro ahora?
Jaime Martínez. Entre otras razones, para dejar claro que el famoso ‘corte’ de RTVE no fue la clave del éxito de aquella huelga general como todo el mundo se empeña y difunde cada vez que se cumple un aniversario. El 14D hubiera salido exactamente igual si no hubiéramos cortado la señal. Fue un golpe de efecto muy llamativo, pero se le ha dado un peso que en realidad no tuvo.
M.S. Sin embargo, Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno, atribuye en sus memorias el 80% del seguimiento de la huelga al ‘apagón’ televisivo.
J.M. Esa idea es un desprecio a la capacidad de CCOO y UGT de movilizar al conjunto de los trabajadores y a toda la sociedad española. Fue una huelga muy preparada. Durante un mes antes entre cinco y seis mil cuadros sindicales trabajamos sin parar y organizamos miles de reuniones para debatir con los trabajadores y trabajadoras las razones para ir a la huelga. La prueba es que el 14 de diciembre de 1988 no salió ni el ABC, ni El País, ni Diario 16 ni La Vanguardia… ni uno solo de los cien periódicos nacionales, y de los 120 diarios regionales y locales que había entonces, un centenar no salieron tampoco. Eso significa que los trabajadores de los talleres, de las rotativas y de las redacciones hicieron huelga 24 horas antes del corte de RTVE. La huelga estaba trabajada y hecha antes del 14D. La gente tenía la decisión tomada.
“Los cristales de Torrespaña vibraban de los botes de alegría que daba el piquete”

M.S. En todo caso, no estaba previsto cortar la señal
J.M. Es importante aclararlo también. La consigna era parar a las doce en punto de la noche sin tocar nada, ni una tecla, ni un conmutador, ni una palanca. Nos podían acusar de sabotaje y eso es muy serio. Lo que pasó es que había un enorme cabreo porque el día 13 de diciembre la dirección nos había pasado un listado con unos servicios mínimos con más gente que para un día festivo habitual. Tuvimos una asamblea apoteósica en Torrespaña en la que estaban Antonio Gutiérrez y Apolinar Rodríguez.
M.S. Era fácil que los técnicos se vinieran arriba, y lo hicieron. ¿Qué pensó justo en ese momento?
J.M. Yo estaba en el control central de Torrespaña y cuando llegué al vestíbulo el suelo y los cristales vibraban de los botes de alegría que daba la gente allí congregada. Me pasé toda la noche intentando sentar a la dirección para negociar unos servicios mínimos que incluyeran que si había expedientes no acabaran en sanciones. Fue mi obsesión. Y no las hubo.
M.S. ¿Cuál fue el momento más emocionante?
J.M. Personalmente, cuando vi que había logrado meter en el vestíbulo de Torrespaña un piquete de 400 personas y la facilidad con que lo había hecho. Eso me lo apunto yo. La última reunión que había organizado con la dirección a las diez de la noche fue solo una coartada para celebrar a continuación una asamblea en el vestíbulo. Estaba convencido de que con ese piquete y la cuenta atrás [contar hacia atrás diez segundos antes de las cero horas] que se le había ocurrido al realizador José María Fraguas, hermano de Forges, la presión iba a ser muy fuerte. Así fue. Tan fuerte que los trabajadores desoyeron nuestra indicación de no tocar nada.
M.S. ¿Sería posible hoy una movilización como aquella?
J.M. Todo es muy distinto. El capitalismo ha dividido cada vez más a la clase trabajadora y la gente ha dejado de leer. En la Transición había miles de trabajadores devorando libros de política, de economía, de marxismo… Estábamos dispuestos a todo por transformar la sociedad, hasta que nos arrancaran las uñas en la Puerta del Sol. El conocimiento es lo que te lleva a tener conciencia de clase. Si no cultivas el pensamiento nuestra principal herramienta se oxida y pierda su punta afilada.

“Hay que leer porque el conocimiento es lo que te lleva a tener conciencia de clase”
M.S. Resulta, pues, que sí que hemos venido a estudiar…
J.M. Todo los días deberíamos saber al dedillo cómo está la empresa y el sector en el que trabajamos. Para discutir y plantar cara a un consejero delegado tenemos que saber tanto o más que él.
M.S. ¿Y cuál sería la estrategia a seguir?
J.M. La de siempre. El abecé sindical: somos de la misma clase, debemos unirnos, organizarnos, analizar cuáles son nuestros problemas comunes, hacer una lista de reivindicaciones y pelear por ellas. La solución no vendrá de fuera.
M.S. Estad usted en plena forma.
J.M. Lo estoy (risas). Marcelino Camacho decía que somos como una barra de salchichón y el capitalismo nos trocea. ¿Qué fuerza tiene un trabajador o una trabajadora con un contrato individual? ¡Ninguna! Me pregunto por qué hay 8.000 personas en las cuatro torres [los rascacielos de Chamartín] trabajando 12 y 14 horas diarias y a saber en qué condiciones. ¿No quieren saber nada de sindicatos? ¿Es que no tienen problemas comunes? Hay situaciones que no se habían dado nunca.
M.S. ¿Por ejemplo?
J.M. Que una persona que trabaja 40 horas semanales sea pobre de solemnidad y no tenga ni para pagar el alquiler. Es inaudito. Sufrimos más desigualdad que nunca.
“Para plantar cara a un consejero delegado tenemos que saber de la empresa tanto como él”
M.S. ¿Dónde sitúa el punto de inflexión?
J.M. La reforma laboral que llevó a cabo el Gobierno de Mariano Rajoy fue una estrategia muy premeditada para debilitar a la clase trabajadora. Durante cuatro años, del 2010 al 2014, los cuadros sindicales llegaban a casa llorando porque no hacían más que negociar despidos, incluidos los de ellos mismos. Y si a esa estructura, el músculo sindical, le pegas un hachazo, ¿cómo nos defendemos? Aquella reforma, que impedía la negociación, fue acompañada de la Ley Mordaza para acojonar a la gente. Si invadías el vestíbulo de un banco te podían meter 30.000 euros de multa, o te acusaban de enaltecimiento del terrorismo a la mínima de cambio.
M.S. Nos enfrentamos a un panorama completamente nuevo con la digitalización, el teletrabajo, las plataformas que no reconocen la relación laboral con sus empleados…
J.M. El capitalismo está dando un salto enorme. El teletrabajo cambia por completo la sociología del trabajo. Se acabaron las asambleas, las reuniones en la máquina de café, los comentarios de pasillo… El riesgo es que el trabajador se sienta ajeno a lo que produce y, por tanto, más alienado. En los últimos años me sorprendía mucho cuando iba a TVE o RNE ver las redacciones tan silenciosas. Las que yo conocí eran un griterío del copón, gente saliendo y entrando, moviéndose, hablando por teléfono y cagándose en todo… Ahora no se oye nada, qué cosa más aburrida.
M.S. ¿El fin de una época?
J.M. Que tampoco nos cuenten milongas. Nos quieren vender como algo nunca visto lo de los repartidores, que para mayor coña les llaman riders. ¡Pero si han existido siempre! Cuando yo llegué a Madrid había repartidores de todo, desde de barras de hielo hasta de galletas, y ahora nos quieren convencer de que no son clase obrera. O el trabajo por objetivos, que viene a ser el destajo de toda la vida. Son maniobras para seguir dividiendo y debilitando al movimiento obrero
“Somos de la misma clase, debemos unirnos, hacer una lista de reivindicaciones y pelear por ellas”
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Entrevista a Jaime Martínez, autor del libro "El corte en RTVE"