Haciendo un mundo
Relato de Virginia Roca Morales, galardonado con el primer premio del XXV Certamen Internacional “Cartas de Amor” que convoca la Cooperativa Covibar de Rivas Vaciamadrid
Adrián,
Yo te amo.
Yo sé que me quieres. Cuando haces bromas hirientes, por ejemplo, y escondidas en la cortante navaja de tu lengua salen escupidas hacia mí bordadas en rabia y saliva. Ayer me dijiste que yo hago un mundo, que es que yo no entiendo, que yo no sé.
Yo hago un mundo, sí. Te plancho las camisas con una estúpida precisión quirúrgica porque se te pone muy mal humor si les saco raya. También hago un mundo cuando cambio pañales, cuando cocino exhausta después de cerrar la tienda. Cuando compro flores para la ventana, huevos para la nevera, toallas para tus manos. Busco películas para ver juntos porque ya no salimos nunca y eso es un poco como asomarse a la ventana. Encuentro calcetines, llamo al fontanero, sonrío a tus amigos. Todo eso es hacer un mundo, nuestro mundo. Reino en nadas cotidianas. Soy la soberana del insomnio y las patas de gallo.
Sé que me quieres también cuando me dejas sola. Tú sabes que yo puedo con todo y esa es la mayor prueba de tu magnánima confianza. Eres tan generoso como azules tienes los ojos, ese azul absurdo de puro claro. Cuando me miras fijamente puedo ver como se fragua la tormenta en el interior de tus diminutas pupilas, manchas de tinta en un color que no parece humano. Tu madre me quiso avisar de que eras difícil antes de nuestra boda. Cómo nos reímos en aquella cena, ¿te acuerdas? Yo la miraba allí sentada, rechoncha, avejentada, con el maquillaje acumulado en los pliegues de la piel y el anillo de casada clavándose en los dedos hinchados, como rollos de carne enrojecidos. Me sentí muy superior a ella porque yo ni siquiera necesitaba llevar maquillaje. “Nunca seré como tú, vieja”, pensaba. “Tú te has rendido con él, yo voy a cambiarle, mi amor lo puede todo”.
No tengo ninguna duda de que me quieres cuando, por ejemplo, me llamas puta. Sé que lo haces por mi bien, porque no sé comportarme si me tomo tres copas y pretendo follar en el baño, aunque sea contigo. Sobre todo si es contigo. Y hay vestidos que francamente no me favorecen porque son demasiado cortos, o demasiado ceñidos y me hacen gorda (menos mal que también me ayudas a controlar eso si no acabaría como tu madre). Me siento aliviada, Adrián querido, de tenerte siempre cerca para que me digas si llevo una mancha, un hilo suelto, una pestaña en la mejilla. Sería una verdadera pena que desluciera mi imagen algo tan pequeño después de pasar horas puliendo una imagen correcta para ir a ver a tus amigos del colegio y siempre estás, siempre dispuesto para ver el fallo más ínfimo, nunca te cansas de corregirme, tu paciencia es otro de tus dones. De eso el que me avisó fue tu padre, pero en esa cena no nos reímos tanto porque tu madre parecía triste. Puede que fuera porque se le había quemado la comida, ya dijo tu padre que era un poco torpe entre risas, como cuando tú haces bromas conmigo. O puede que fuera por el golpe que se había dado el día anterior contra la puerta y le amorataba el ojo pero eso es lo esperable viniendo de una mujer así de desastrosa, ¿no te parece, vida mía?
Cuando supe que de verdad me querías fue aquella vez que desautorizaste mi firma en el banco para que pudiéramos administrar mejor el dinero, porque yo soy una manirrota, en eso sí que me parezco a tu madre, y a la mía. Por mí estaría gastando dinero todo el día, y ahora que tú no trabajas tenemos que hacer sacrificios. Sobre todo porque tú no tienes la culpa de estar en paro, es el mercado laboral, me dijo la Paqui el otro día. No se puede gastar dinero en flores y dejarte sin cervecita en la nevera, claro. O en perfumes, además los que me compro nunca te gustan, son muy vulgares para ti y tú me quieres delicada, delgada, sonriente pero discreta porque tú y tus ojos azulísimos no merecéis menos. Es muy difícil encontrar la manera, el equilibrio entre la exquisitez de tu gusto y lo exiguo de mi asignación para ropa o peluquería, pero yo soy lista y tengo mis trucos.
Así que sí, siempre he sabido que me quieres, pero nunca tanto como anoche. Porque ya sabes, yo hago un mundo y anoche todo ese mundo cupo en tu puño cerrado. Naciste con dientes, y eso no podía ser buena señal. Ya mordías a tu madre las entrañas desde dentro, seguro que lo hacías por su bien, como todo lo que haces porque tú eres bueno, Adri, tú eres un buen tipo que a veces pierde la cabeza.

Yo no debería haberme demorado en una conversación tan larga con el vecino, tardé muchísimo desde la tienda a casa, me pasé al menos veinte minutos del tiempo que sabiamente consideras necesario. Fue culpa mía. “Anda con vigor, que te vas a poner gorda”, me susurraste pellizcándome muy fuerte en el costado. Pero luego se te debió olvidar anoche porque me echaste un polvo duro. Yo no tenía muchas ganas pero me dejé hacer, si no me dejo puedes pasar días sin hablarme y tu voz es tan bonita. A veces sí tengo ganas pero no puedo decírtelo porque no soy una golfa. Es mejor esperar a que tengas ganas tú.
Y ahora mírate, con todo lo que me quieres, lo que me cuidas, vigilas, administras y mejoras. Con todas las veces que me has salvado de mí misma y mis defectos… Volviste a cerrar el puño y yo te juro que no lo hice a propósito, mi vida entera, mi amor, fue un accidente como los que tenía tu madre tan a menudo. Y ahora estás ahí, tan quieto. En un rato estarás frío y blanco. Tengo que sacarte las tijeras de la tripa porque son las buenas y las necesito para coser, porque comprar otras sería un despilfarro (que escalofrío, es como si pudiera oírte decirlo) pero temo que lo pongas todo perdido de sangre, querido, con lo que te irritaba que te tuviera la casa sucia.
Ahora tengo que despedirme de ti, Adrián de mi corazón, porque se oyen sirenas a lo lejos y vienen a por ti. Quién lo iba a decir, siempre pensé que sería yo la que saldría de aquí en una bolsa. Esta debe ser la ironía esa que nunca captaba porque soy muy bruta. Me da mucha pena que ya no me vayas a hacer bromas desde la tumba. Tendré que aprender a reírme de algo que no sea yo misma.
Adiós, dulzura, adiós. Recuerda siempre mi último deseo para ti: tú que sí sabes, tú que no exageras, tú que sí entiendes, tú que no eres gordo ni bruto ni vulgar, no hagas de esto un mundo. Que eso es cosa de mujeres.
Amantísima siempre,
Eva