Javier Andaluz Prieto. Licenciado en Ciencias Ambientales y Diplomado Internacional en Derechos Humanos. Coordinador de clima y energía de Ecologistas en Acción ⇒

La inacción de las últimas décadas frente al cambio climático ya está teniendo consecuencias, por ello, lo que antes era apremiante hoy es una emergencia sin precedentes. Apenas quedan once años para convertir las alternativas que quepan en el planeta en el centro de la economía y de la sociedad; las soluciones existen, solo falta la voluntad política y entender que no se puede crecer de forma infinita en un planeta finito.

La comunidad científica nos avisa de que apenas quedan once años para limitar el incremento de la temperatura global por debajo de 1,5 ºC. Hace unos meses la Agencia Estatal de Meteorología confirmó como el cambio climático podía verse ya en los registros meteorológicos. Para la agencia “podría considerarse que 32 millones de españoles están viéndose ya afectados por el cambio climático, por una acumulación de años muy cálidos en la última década”.

Podemos rastrear las consecuencias de las emisiones acumuladas por la continua quema de combustibles fósiles en el alargamiento en cinco semanas del verano o en el hecho de que en Madrid las noches tropicales hayan pasado de ser de menos de diez entre 1971 y 2000, a más de veinte de 1981 a 2010. Además, el último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático señaló que las regiones mediterráneas son de las más vulnerables si se alcanzase un incremento de la temperatura global. Es decir, nos jugamos mucho más que otros países.

La buena noticia es que aún queda un poco de tiempo, pero es necesaria una transformación mundial sin precedentes. Una acción que sea capaz de garantizar la neutralidad de las emisiones mundiales antes de 2050. Sería hipócrita no reconocer que el ritmo de reducciones necesario para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC es enorme. A nivel práctico podría suponer una reducción de las emisiones del 7% al 10% anual en los países europeos. Un reto que solo se puede lograr con un calendario de cierre de sectores fósiles que culmine en 2040. Sin olvidar que el único escenario compatible con limitar el incremento de la temperatura global por debajo de 1,5 ºC ya establece para 2050 un decrecimiento en la demanda energética del 32% respecto a los niveles de 2010. Un porcentaje que deberá ser el doble en los países enriquecidos para atender a la responsabilidad histórica y dejar recursos disponibles para aquellos que tienen menos.

Las regiones mediterráneas son de las más vulnerables ante el cambio climático

La reducción de la jornada de empleo, algunas tecnologías, la introducción de mecanismos de redistribución en sectores cada vez menos dependientes de mano de obra, o la formación en nuevos nichos de empleo pueden ayudar a esta transición justa. Pero no serán lo suficientemente transformadores. La crisis climática solo se solucionará mediante un cambio radical del sistema económico. Abordar la emergencia climática requiere de actuar en todos los frentes.

En el ámbito de las energías renovables, el potencial del país o su facilidad de instalación hace que sean sin duda de las alternativas que experimentarán un fuerte impulso en los próximos años. Un potencial renovable que plantea retos adicionales, ya que, permitir un desarrollo incontrolado de macroinstalaciones con grandes ocupaciones de terreno genera otros importantes impactos ambientales, económicos y sociales. No vale únicamente con el cierre del carbón o una sustitución tecnológica, el problema energético es más profundo y se relaciona con la escasez de recursos y con las estructuras de poder que mantienen el sistema.

La entrada de las energías renovables en la producción eléctrica está reduciendo levemente el impacto de la electricidad, mientras que es el transporte el que adquiere cada vez un peso mayor en la generación de cambio climático. Este sector, que representa más del 25% de las emisiones nacionales es el gran reto a abordar. El actual modelo basado en el coche individual, ciudades y grandes infraestructuras diseñadas para los coches, un transporte de mercancías basado casi en exclusiva el transporte y el desmantelamiento del tren convencional son errores climáticos que necesitamos revertir. Si bien incrementar proyectos como las zonas de bajas emisiones son medidas interesantes, no serán suficientes si no se aborda la reducción de las necesidades de transporte.

Una de las grandes claves de la lucha contra la emergencia climática es el cambio de escala. Es decir, revertir una tendencia que en las últimas décadas ha desplazado el consumo hacia grandes centros agroalimentarios basados en una industrialización agrícola que mueve las mercancías a miles de kilómetros generando una gran degradación climática. La vuelta a producir muchos de nuestros recursos desde el entorno cercano y basado en el respeto de los ciclos biológicos a través de técnicas agroecológicas no solo es más sano, sino que consigue ahorrar ingentes cantidades de gases de efecto invernadero. Una agricultura bien entendida, debería hacer que este sector pasase de ser un emisor a un sumidero de gases de efecto invernadero.