DANIEL BERNABÉ
ESCRITOR Y PERIODISTA

Daniel Bernabé ha publicado este año un ensayo, La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora, que no ha dejado indiferente a casi nadie en la izquierda política y social de este país. Publicado por Akal y con más de 5.000 ejemplares vendidos, su obra ha levantado ampollas y ha abierto un necesario debate sobre la fragmentación y el mercado de las identidades con el que el neoliberalismo impone su cosmovisión del mundo. Bernabé insiste en dejar claro que no se trata de un libro contra la diversidad, a pesar de las críticas recibidas en ese sentido.

Entrevista: Armando Recio // Fotos: Fran Lorente

-Su libro ha abierto un debate muy interesante y a la vez muy necesario en el seno de la izquierda: el mercado de la diversidad, de las identidades y la ausencia lo material, de los intereses de clase en la orientación política de la izquierda. ¿Esperaba tanto revuelo?

Está basado en un artículo escrito en La Marea hace un año y fue de los más exitosos, llegó lejos. Yo sabía que era un tema interesante, y gracias también a la vista de Pascual Serrano, del que siempre me gusta acordarme, pero no esperaba que fuera a ser un libro tan exitoso ni que tuviera una polémica tan encarnizada.

-Ha provocado muchas críticas pero muy poca autocrítica. ¿Hay un cierta autocomplacencia en la izquierda dominante actual?

Este libro ha salido en un momento en el que el contexto político –y yo me di cuenta a posteriori-, va a cambiar a partir de las próximas elecciones generales. Y no sólo el institucional, sino todo el contexto que viene desde el 2011. La izquierda desde el 15M en adelante se ha ido moviendo en una serie de líneas que tienen cosas buenas y otras que no son tan buenas. Eso ya se va a acabar. Tenemos nuevos problemas, una crisis acumulada y otra que viene. Insistir en seguir en las mismas posiciones se debe a que estás cómodo ahí.

Este libro cuestiona varios de los lugares comunes de la política de izquierdas desde 2011, y eso es lo que ha creado un nerviosismo. Es un libro que mueve sillas, que no te deja estar tranquilo en tu posición y que te obliga a tomar posturas, y ahora es complicado tomarlas.

-¿Podríamos hablar de una izquierda acomodaticia, por su resistencia a cambiar esas políticas, que va a remolque de la realidad?

Siempre nos ha pasado, antes de este contexto también. En el periodo que va desde mitad de los 90 hasta 2008 –Gobiernos de Aznar y Zapatero-, se dio un crecimiento económico pero, a la vez, una implantación del neoliberalismo en la sociedad, aunque sus consecuencias no se notaron tanto, y a la izquierda le costó adaptarse a ese periodo.

El interés de los libros es partir de la realidad para anticipar las cosas que van a venir. Este es un libro de tendencias en el que yo percibo que la política occidental va por ese camino que yo no quiero para mi país y que viene muy para la izquierda ir por este camino.

“En España no podemos permitir

que la gente trabaje con una app”

-¿Cómo afecta la trampa de la diversidad al sindicalismo?

Le afecta por una doble vía. Por un lado porque nuestra relación con la política –entendida como ideología, no sólo en lo institucional-, ha cambiado en los últimos 40 años: ha dejado de ser de clase y grupal a individual y aspiracional.

En una sociedad donde cada vez somos todos más parecidos, aunque el neoliberalismo nos decía justo lo contrario- nuestras identidades necesitan comenzar a competir. Y la adaptación que ha hecho la política frente a esas identidades que compiten en un mercado de la diversidad ha sido cada vez más atomizar las propuestas, llevarse la atención al grupo concreto, a las políticas identitarias, con el grave perjuicio de olvidar buscar políticas que nos unan. ¿Cuál es la política que generalmente ha utilizado la izquierda como política transversal que una a mucha gente diferente? La política de clase.

El problema del sindicalismo es que se encuentra en un contexto en el que su principal valor, su principal sujeto político, que es la clase trabajadora, está menos presente, menos representado en la sociedad.

-En qué consiste esa clase media aspiracional a la que aludes en el libro

La clase media real existe. Un señor que tiene un pequeño negocio, un profesional liberal que tienen unos ingresos altos. Pero la clase media no es una clase social marxista, no es una relación con la producción. Es un agregado de estatus social de determinadas profesiones y de ingresos.

Y luego está lo que defino en el libro como clase media aspiracional, que es una construcción cultural de esa idea de clase media real extendida a toda la sociedad, mediante una guerra cultural de conquista. Han conseguido usurpar nuestra identidad de clase trabajadora y poner algo de por medio que sirve tanto de parapeto para las clases altas como de refugio de la gente que quiere huir. De tal forma que nuestra vida no ha mejorado sustancialmente sino que incluso ha empeorado. Ahora es más difícil vivir objetivamente que hace 40 años, tener una casa, un trabajo fijo, una certidumbre mayor. Sin embargo, mucha gente piensa que vive mejor que su padre porque aquel trabajaba en una industria y él lo hace en una oficina.

-El consumo, el hecho de poder acceder a objetos y productos que en otra época se atribuían a clases más altas, ¿ha provocado la ilusión de que todos somos iguales y tenemos las mismas oportunidades, que existe una auténtica meritocracia?

Pongo un ejemplo del que hablo en mi libro: la tecnología. Hasta los mediados de los 90 era algo caro. Hay un momento en el que con la entrada de la industria china, los productos se abaratan bastante y hace que los trabajadores que los adquieren instintivamente piensen que están mejorando su situación. Lo interesante, y que es lo que yo propongo en mi libro, es ver cómo nosotros no solamente compramos objetos sino que también compramos determinadas ideas y formas de vida.

Los hippies de los años 60 dejan de serlo en los años 80, pero no dejan de querer ser diferentes. De eso se dan cuenta los conservadores norteamericanos y, a través de la publicidad comienzan a ofrecer estilos de vida. Es decir, ‘yo no quiero ser igual a mi vecino porque siempre he sido diferente’. Entonces, esa rebeldía política se va reconduciendo hacia una rebeldía consumista.

Es algo que está muy presente en el libro, cómo nuestra sensación de estatus depende mucho de nuestro estilo de vida. Se ha instaurado que cuando tú compras accedes a una cierta sensación de felicidad y de pertenencia. Cuando puedes comprar eres parte de la sociedad y cuando no puedes comprar, no lo eres. Lo que importa ahora no es el producto en sí, sino el proceso de compra. Todo ello tiene una consecuencia cultural que nos ha hecho mucho daño, porque al final nuestra sensación de pertenencia no viene dada por estar en una asociación de vecinos, sino por ir a comprar. Eres ciudadano al gastar dinero.

-El neoliberalismo y las consecuencias de la aplicación de su modelo han cambiado también la configuración del mercado laboral en las últimas tres o cuatro décadas. ¿Cómo afecta la fragmentación, esa atomización de la clase trabajadora a su capacidad para organizarse?

Cualquier persona entiende que es más fácil organizar a 3.000 personas que trabajan en una fábrica, que tienen sueldos muy parecidos, o que incluso vivían en casas construidas por la empresa al lado. Era muy fácil identificarte con tu entorno y saber de tu igualdad con el resto de personas que había.

Ahora no sólo trabajamos en lugares diferentes, sino también con nuevas formas. En una empresa puede haber 15 contratos diferentes, hasta llegar al paroxismo de las nuevas formas laborales como que ya no hay contratos de trabajo sino que te vinculas a la empresa mediante una aplicación.

-En la Comunidad de Madrid hay 157.295 empresas. De ellas el 78 % tiene menos de diez trabadores. De hecho, el 54% de las empresas que operan en nuestra región (85.000) tiene tan sólo uno o dos trabajadores. Esta situación genera un enorme desarraigo, una dificultad para crear vínculos. Si además ponemos encima de la mesa la figura de los falsos autónomos o los propios autónomos, resulta un panorama verdaderamente complicado para generar esa conciencia de clase. ¿Cómo afrontar esta situación?

Cómo no se hace es creyendo que el discurso lo es todo, es decir, creyendo que la política es solo cultura –en el sentido discursivo del asunto-, que con proporcionar a la gente una serie de ideas, de identidad, que con eso lo tienes ganado. Porque al final te encuentras con que unida a esta atomización del mercado laboral hay una atomización de las identidades. Y eso es un cóctel fatal, porque cada vez nos encontramos con más identidades que nos alejan del de al lado y que nos impiden colaborar con él.

Hay que recuperar un cierto discurso que cree una identidad que nos una, independientemente de nuestra situación concreta. Pero este discurso no puede venir sólo desde lo narrativo, sino también desde la acción, es decir, que los sindicatos hagan sindicalismo y que los partidos hagan políticas de izquierdas basadas sobre todo en las cuestiones materiales, que tienen que ver con el dinero y con la vida inmediata.

“Hay que buscar qué es lo que nos une

más que lo que nos separa en todas aquellas cuestiones

que afecten a la vida cotidiana de la gente de una forma más inmediata”

-El neoliberalismo también parece haber ganado la batalla cultural fomentando el individualismo y la necesidad de diferenciarse. ¿Es una batalla perdida?

No, es una batalla esencial y si no la damos va a ir a peor. Margaret Thatcher usó en 1975 la palabra ‘unequal’ que significa tanto diverso, diferente, como desigual. A finales de los 70 en Europa a los conservadores la desigualdad no les gustaba del todo. Querían que hubiera desigualdad pero que no fuera demasiado extensa porque recordaban lo que había ocurrido en los años 30, y eso había conducido a la aparición del fascismo y la guerra, y la gente que había combatido estaba todavía viva. Qué es lo que ocurre, que a partir de ahí, con este discurso Thatcher lo que hace es confundir lo que es ser diverso, diferentes, con ser desiguales. De tal forma que tú no estás luchando en contra la desigualdad en la sociedad, sino que estás luchando por tu diferencia. Es decir, se quita de un plumazo las estructuras sociales, que son las que provocan las desigualdades, y echa sobre las espaldas de la gente la posibilidad de que cada uno pueda conseguir lo que quiera, llegar a ser más diferente o diverso que el otro.

[Thatcher] venía a decir que el socialismo os quiere homogeneizar, mientras que nosotros no os queremos hacer desiguales, sino diferentes, que vuestra diferencia sea un valor en la sociedad.

El individualismo no es una cuestión moral, es una cuestión política y viene justo desde aquí, del hecho de que tú pienses que la sociedad no existe, que los problemas que hay son producto de las diferencias sanas entre las personas. El neoliberalismo nos ha homogeneizado: vemos las mismas películas, leemos los mismos libros, compramos en los mismos sitios, y de ahí nace también esa necesidad de diferenciarnos. Hace 40 años había mucha más diversidad que ahora.

La gente, desde que se levanta hasta que se acuesta, ya no se percibe como parte de un grupo, sino que se perciben así mismos como en una competición: compiten en sus trabajos, en la vida cotidiana con sus vecinos, contra sí mismos. Es una competición permanente. Eso ha tenido como consecuencia en el ámbito laboral y sindical que la gente piense que por sí misma pueden llegar a algún lado.

La pregunta que nos deberíamos hacer es por qué si es algo que es mentira, tenemos tanta dificultad para enfrentarnos a ella. La respuesta que podemos dar es que cuando nosotros con nuestras políticas apelamos a lo mismo y hemos dejado de apelar a un sentido de comunidad, de clase, de algo que nos una, difícilmente la gente va a aprender por sí misma ese valor.

-Hemos escuchado y leído críticas a la subida del SMI incluso por personas de clase trabajadora ¿Se puede decir que la clase trabajadora ha comprado la soga con la que la van a ahorcar?

Sí, sin duda. Cuando tú no estás organizando y ordenando en este caos, esta acracia que es la economía actual, la gente lo percibe como un ataque y una falta de libertad y eso es absurdo.

La vieja idea fascista, y lo digo sin comillas, del nacionalsindicalismo, de la concepción de Mussolini de que la nación era una unión inquebrantable y férrea de todas las clases sociales, el neoliberalismo la a ha adaptado y la ha modernizado. El fascismo utilizaba un lenguaje obrerista, pero sólo de forma estética. Lo que tenían claro es que no querían lucha de clases bajo ningún concepto, porque estaban a favor de los propietarios. El pegamento social que buscaban era la nación.

Ahora todo eso se ha transformado pero en el sentido de que tú eres parte de la sociedad. Ese tipo de falangismo simpático, de esto lo arreglamos entre todos, no es cierto, tenemos intereses contrapuestos y no todos hemos sido igual de responsables [con respecto a la crisis económica].

-Asistimos al ascenso de la ultraderecha en diferentes partes del mundo. En el caso español, ¿cree que constituye un peligro real para nuestro país? ¿Se están incorporando los nacionalismos, sean del signo que sean, al mercado de las identidades?

Yo el nacionalismo no lo he incluido en el libro porque es una idea agregadora. Es decir, estés de acuerdo o no con ella, lo cierto es que mucha gente se una bajo una misma bandera. No atomiza sino que agrega. Otra cosa es que sea beneficioso para la clase trabajadora.

En el caso de la ultraderecha, utiliza una idea nacional muy fuerte para agregar pero excluyendo. Es decir, tú eres de los nuestros y tú estás fuera. Utiliza, por tanto, la xenofobia contra los inmigrantes y, en el caso de España, utiliza la tensión entre el nacionalismo central y el periférico. Y luego utiliza una especie de miedo a los nuevos movimientos sociales, feministas o LGTB, que vienen a pervertir la familia y a romperla. Apelan a la seguridad y a la vez al grupo, a una pertenencia, a un club en el que sentirte seguro. Generan certidumbres.

-Se habla constantemente de que la clase obrera tradicional no existe, que está muy fragmentada, que es más heterogénea. Sin embargo, hay una amplísima mayoría social que tiene en común el hecho de tener que vender su fuerza de trabajo en el mercado laboral para poder vivir. ¿Cómo se llega a toda esa gente para decirle que eso es lo que marca su día a día, lo que marca su identidad?

La clase trabajadora siempre ha sido muy diversa. Hace 50 años cuando venía gente de Extremadura o de Galicia a una empresa, tenían costumbres muy diferentes. Ahora no somos tan diversos como se piensa. No nos creamos que somos tan distintos ni tan especiales.

Hago una reflexión: ¿cómo es posible que tengamos que explicar a nadie algo que objetivamente afecta tanto a su vida? Pues porque ocurren dos cuestiones: la propia clase media aspiracional y luego nuestra división permanente en identidades diferentes que acompaña a una división real del trabajo. Es el cóctel perfecto: tenemos una división real del trabajo, una división de identidades y que la gran identidad que nos unía en el pasado ha dejado de funcionar porque la hemos abandonado.

“La gente vive en una competición permanente:

en sus trabajos, con sus vecinos y contra sí mismos”

Habrá que buscar qué es lo que une esas identidades, trabajar en ello, y luego trabajar en la faceta de lo material. Porque al final todos trabajamos para las mismas empresas. Me lo decía el otro día un compañero, Jaime Aja –sociólogo del trabajo en la Universidad de Córdoba- claro que nos han atomizado, pero es mentira al final, porque trabajamos los mismos en las mismas empresas pero cortadas en cachitos.

Hay quienes desde la politología teorizan que la acción política de clase, de izquierdas, no vale. Lo que pretendemos precisamente es revertir esta situación, pero no con una fórmula mágica, sino con legislación, con prohibiciones incluso. En España no podemos permitir que la gente trabaje con una app, que sea su única relación. Eso tiene que ser inmediato y los sindicatos tienen que estar ahí. Lo que no puedo permitir es que el futuro de mi país sea que haya unos chavales tirados en Sol en el Burger King esperando con la mochila a ver si les llega el mensajito para llevar una hamburguesa a Pepito, que luego es el que vota a Ciudadanos. Eso es lo que yo no soporto.

-¿Qué lugar ocupa el mundo del trabajo en las prioridades de la izquierda política actual?

En los últimos años ha ocupado un lugar totalmente secundario, literalmente despreciable, en el sentido de que incluso hablar de cuestiones laborales parecía algo vulgar. Tú podías hablar de significantes vacíos, de narrativa, de sujeto político y toda esta palabrería, pero si decías convenio colectivo o huelga eras casi como un apestado. No se mencionaban las grandes movilizaciones de 2012 o las Marchas de Dignidad y sí otras ligadas al 15M objetivamente con menos gente pero con más carga simbólica. Lo narrativo, los discursos, tienen que acompañarse de algo porque si no luego quedan en papel mojado.

-Para terminar, afirma usted en sus conclusiones que la izquierda “no puede ganar al neoliberalismo en su propio terreno de juego, con sus reglas”. ¿Cómo debería empezar a hacerlo, además de acertando en el diagnóstico?

En el libro, que es muy accesible y ameno de leer, saco muchos conejos de la chistera para poner ejemplos, pero en la parte final aclaro que no hay ningún conejo ahora en la chistera. Es verdad que yo no soy quien tiene que aportar soluciones, que yo he puesto un espejo por delante.

Al final lo que yo propongo es hacer las mismas cosas que hemos hecho siempre nada más que bien hechas, creyendo en lo que hacemos y no olvidándonos de quiénes somos: una, yo apuesto por la organización, y cuando digo organización me refiero al partido. El asamblearismo, el estar dando vueltas discutiendo hay gente que no nos lo podemos permitir. Necesitamos direcciones políticas, estructuras, necesitamos organización, afiliados y liberados. Luego necesitamos formación, que las organizaciones se ocupen de la formación de la gente, crear conciencia de clase. Y tercero, intervenir buscando qué es lo que nos une más que lo que nos separa en todas aquellas cuestiones que afectan a la vida cotidiana de la gente de una forma más inmediata. Son líneas muy obvias, pero esto no consiste en sacarse cartas de la manga.